27 de septiembre de 2011

Vida y obra de mis amigos espejuelos

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Todo comenzó hace un par de años, cuando era más niño que hoy. Por definición en un congreso debía de conocer gente, estrechar manos que tal vez nunca volviera a ver y asentir una infinidad de veces. No se espera más de un demostrador. No esperaba más de los asistentes.
Algunas decenas de folletos después tuve la fortuna de cruzar con un par de lentes. Instantes después me convencí de que ese encuentro era todo menos pasajero. Extrañamente poseían una vida, al grado de casi poder reclamar con voz propia su clasificación de inanimado. ¿O sería que yo se las había dado?
Las pruebas hacían difícil tomar una decisión: su armazón era casi inexistente, lo que en términos de optometrista debía ser como decir que su cuerpo era enclenque y famélico, consecuencia sin duda de una pobre salud y augurio de una aún menor vitalidad; por el contrario su ligereza les concedía una transparencia tan inocua, sencilla, ideal para enmarcar esos ojos, en especial esas pupilas, esa suerte de corazón gemelo que tan vibrantemente latía; el metal en su color les confería una esterilidad inaudita, pero la manera en que se movían era motivo de sorpresa y alegría.
Al final decidí no darle más vueltas y aceptar el hecho de que la sorpresa de su comportamiento era la prueba única, simple e inequívoca de su existencia como seres vivos. No importaba si antes habían dado señales de vida, si descubrieron la manera de obtener la chispa milagrosa que el 42 tan crípticamente guarda, si eran hijos de alguien más o de la nada surgieron: para mí ese día nacieron.

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Los traté, los busqué, obligado a invitar y recibir a la portadora que invariablemente les confería un poco de su vida.3135303461_ee76514d45_z Al principio era como entablar amistad con el parásito a expensas del organismo en vías de llamarse muerto. Era tan bizarro como ahora tener que describirlo. Luego, y quizás bajos los efectos de esta adaptación óptica de hongo, comencé a verlo con mayor filosofía, disfrutando de a poco los tan atractivos placebos que me ofrecía: resultó ser que ellos no eran sino uno de varios lentes que conformaban una comuna de interesantísimos espejuelos. Eran un club de amistades de graduación variable con la curiosa habilidad de examinar lo profundo de la personalidad y de los sentimientos.
A ellos les debo muchos momentos placenteros, recuerdos y ayuda tan hábilmente ofrecidos a través de cada uno de sus huéspedes durante los últimos meses. Es increíble la amistad que hemos trabado pese a no compartir el mismo punto de vista sobre la miopía o el astigmatismo. Hasta hace poco podía decir incluso con total seguridad que aquellos lentes a los que conocí primero serían una compañía inseparable por el resto de mi vida, pero hoy miro las cosas de otra manera y empiezo a pensar que eso puede no ser tan cierto.
Últimamente los signos de la edad se han hecho presentes en su frágil cuerpo. No tienen la elasticidad de antes, a veces rechinan inexplicablemente e incluso ayer una de las micas anunció con golpe fatídico el próximo fin de sus días: se desprendió abruptamente en medio de una nube de silicio en polvo.
Más aún, lo físico no es el único aspecto donde puede notarse un cambio. Su comportamiento es cada vez más distante y un poco tosco. La habitual calidez con la que conversábamos se ha tornado un esperpento de frases golpeadas y cortantes, amenazando filosamente hasta en los acentos.
Se ha perdido el latido hermoso del primer día; hoy solo queda un débil ritmo propio de su senectud.
Poco a poco esos lentes mueren, agonizan fríamente para rechazar al menos en apariencia su inminente término. Yo quisiera ayudarlos, hacer su final más placentero recordando la alegría y belleza de los viejos tiempos, pero simplemente se niegan a pensar que eso es parte del pasado y aducen a la más ingenua de las circunstancias la responsabilidad íntegra de lo que está sucediendo.
Pobres de ellos y pobre de mí, siento que me dejan a cada momento. Acompañarlos es una espera lenta, un suplicio incierto. No puedo imaginar mi dolor el día que mueran, dejándome tan solo como al principio de aquel congreso.
Pero estoy seguro que el momento llegará, cuando la edad arrebate a esos lentes el último soplo de vida; lo mismos que un día vi nacer y que ese día veré de nuevo muertos.
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1 comentario:

  1. Mi turno... Creo.

    Tuve que leerlo tres veces para construir mi opinión pero aquí va: me perdí un par de veces pero me encanto el cinismo de los dos primeros párrafos. Muy bueno.

    Me gusto también que jugaras con los lentes entre objeto y un personaje con.. Pues... Personalidad.

    ...pero estoy casi segura de que jamas has usado lentes...

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