11 de septiembre de 2011

Palabras



(CC) Horment/Flickr

Se coucher sans s'aimer c'est comme parler sans penser.

Últimamente se me han atorado las palabras. Deambulan entre mis pendientes y mis sueños, escabulléndose cuando quiero pronunciarlas y estorbando cuando no las necesito.

Estoy atiborrado de palabras.

Quisiera acomodarlas como otros días, formando misivas nunca enviadas o historias medio armadas, siempre con un fin pedagógico (y en consecuencia algo criminal) incluido. Quisiera someterlas al mal uso, desuso y sobre uso de un casi lego escribano inexperto. Quisiera pasar largas horas fantaseando con ellas como solía hacer al descubrirlas en su tierno sentido desnudo, pero se han vuelto como una mujer difícil: obstinadas, ambiguas, evasivas e inaccesibles.

Pese a todos los conatos de cortejo y galantería (improvisados pero al fin hechos) simplemente se limitan a armar un vago y fugaz balbuceo con desdeño e indiferencia; enigmáticas, altivas, se comportan como extrañas con quien no ha hecho más que poseerlas.


Puede que falten intenciones como las musas habituales a las que servían de maquillaje y vestido; puede que se hayan hartado de mojigaterías cuidadosamente retocadas; puede incluso que se nieguen a servir a mis nuevas ideas; hasta pueden sentirse celosas  por sus primas de otros idiomas. Al final el resultado será siempre el mismo.

Para su desgracia, humillación e impotencia no dejaré de utilizarlas:

Escribirlas, pronunciarlas, deformarlas, gritarlas, llenarme la boca con ellas, hartarme de ellas, romperlas, mezclarlas, cortarlas, abreviarlas, botarlas y volverlas a tomar. Son mías por derecho y me deben obediencia. Pagué por todas y cada una: unas fueron baratas, otras demasiado caras, siempre tanto como sus antiguos dueños quisieron.

Instintivamente intentaran defenderse, armaran entre todas ideas perturbadoras o tentaciones contundentes dirigidas a mis más bajas pasiones; cuestionaran cada movimiento de mi pasado para intimidarme, haciéndome creer un loco que un día decidió imaginarlas con vida; me traicionarán en los momentos importantes, obligándome a refugiarme con las corrientes muletillas.

¿Acaso olvidan lo dóciles que son a mi voz? ¿Lo sensibles que son a mi lengua? ¿No recuerdan quien las ha hecho sentir bellas y dulces, completas y eternas, inmortales por segundos, admirables por décadas?Soy yo, el escritor. El que las lleva al límite y las reúne alrededor suyo para hacer en el abrumador colectivo la más placentera de las experiencias.

Que quede claro: si digo rima forman un poema, si digo ideas un ensayo, si digo recuerdos y alucinaciones, una novela. Son las partes, las abnegadas piezas. Son la base de mi pirámide, el lienzo que no chista y se deja.

Son palabras.

Mis palabras.


(CC) Leo Lavish/Flickr




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