25 de julio de 2011

La clave de Gaspar.



(CC) saguayo/Flickr



A sus 10 años, Luis era como cualquier niño. Él y su primo Paco iban a una escuela cercana a su casa, pues vivían con su madre en la misma vecindad. Mas esa era de las pocas similitudes que había entre ellos. Por un lado Paco, bien portado y regordete, se apresuraba todos los días para llegar a casa una vez terminada la escuela. Por el contrario Luis, intrépido y tal vez demasiado flaco, prefería pasear un poco en los alrededores de su colonia para "conocer el mundo", como a su abuelo le gustaba decir.

Solía hurgar en los buzones y las puertas entreabiertas, con la esperanza de descubrir algún día el objeto valioso que le revelara la clave secreta que le cambiaría la vida. No sabía muy bien qué forma o color tendría, si tendría muchas partes, si podría llevarlo en el bolsillo o si necesitaría de una bolsa, si sería comestible, si estaría vivo o si se podría vender a otra persona. De todas maneras lo buscaba en cada rincón y esquina, asomándose a lugares donde su mirada no siempre era bienvenida.

Dicen que quien persevera alcanza y el caso del pequeño Luis Méndez no podía ser la excepción. Cierto día al salir de clases pasaba por una vecindad parecida a la suya cuando escuchó un ruido tan fuerte que le hizo detenerse:
era el sonido que hacen muchos objetos de distintos materiales al caerse. Y la verdad “mucho” se quedaba corto con la cantidad de cosas que había regadas en el piso. Al asomarse se dio cuenta que mas bien se había tratado de una pequeña avalancha. Desde libros viejos en muchos idiomas, juguetes en forma de elefante y mono hasta botellas de refresco que jamás había visto, parecía una colección de todos lados y de ninguno. Montañas de tiliches se habían desbordado de una de las puertas y medio ahogado en ellas estaba un viejo, seguramente el dueño.

Luis se acercó a él curioso de ver cada vez cosas más raras. Relojes de bolsillo junto a mapas y pergaminos amarillentos, algunas tacitas de barro y pequeños sacos aterciopelados con misteriosos paquetes: era demasiada tentación. Mientras lo ayudaba a ponerse de pie se preguntaba como lograría revisar cada una de esas cosas y, más importante aún, si podría llevarse alguna. De pronto la idea llegó a su cabeza abruptamente:

- ¿Necesita que le ayude a recoger todo señor?- le dijo Luis al anciano.
- No me digas señor, llámame Gaspar. - le respondió- y sí, ahora que lo dices no estaría mal que me ayudarás a meter todo este tiradero. Puedes empezar con el montón que está allá.

Y así Luis pudo empezar a esculcar. Recogía una sola cosa a la vez, la examinaba con detalle mientras caminaba los más lento posible al cuarto de Gaspar y finalmente la entregaba a su dueño luego de asegurarse que no tenía nada de interesante. Evidentemente después de varias veces el viejo Gaspar descubrió que Luis estaba tomando demasiado tiempo para ayudarle. Intentó llamarlo dos veces sin que el niño lo escuchara,  estaba completamente distraído, siempre con la cabeza gacha, admirando mucho, quizás demasiado sus cosas. Se acercó a él, lo sostuvo de los hombros y mirándolo a los ojos le preguntó "¿Qué es lo que quieres?"

Lo habían atrapado con las manos en la masa y no tuvo más remedio que admitirlo. Le contó a Gaspar su deseo y todo el tiempo que había pasado buscando ese objeto casi mágico que respondería todas sus dudas. Miedoso, y una vez que el anciano le preguntó, admitió cómo al ver la cantidad de cosas que se desbordaban de su puerta había decidido ir a husmear con la esperanza de finalmente hallar aquéllo que tanto había buscado. Luego de un corto pero muy tenso momento Gaspar no hizo más que sonreír al ahora confundido niño para luego con voz despreocupada decirle:

"¡Ay niño! yo a tu edad tenía las mismas ganas de encontrar esa cosa. Pasé años revisando en mi casa, luego en las de mis primos, en la de mis abuelos y hasta en las de mis amigos. Pensé que era un objeto, como los periódicos que cada día le sobraban al voceador y con los que, después de leerlos, podía conseguir alimentos y bebidas gratis por lo bien que discutía con la señora de la lonchería y los pesos que conseguía de vender el papel. Todo en vano, crecí y me fui a buscarla alrededor del mundo.

(CC) spaceodissey/Flickr

Partí a los desiertos de Africa, las praderas de Europa y las serranías de México y Latinoamérica. Me volví arqueólogo y trabajé con un detective para saber buscar mejor los tesoros  y los secretos, esperando que así finalmente aparecería. En mi camino a través de las ciudades, campamentos, pueblos, pasajes, ermitas y campos no hallaba mi recompensa pero encontraba pistas: los pequeňos objetos que encontraba de una u otra manera me decían un poco cómo sería el tan preciado resultado.

Sin embargo, pasaron los años, me volví viejo y no había podido encontrar eso que hubiera cambiado mi vida. Regresé triste y al momento de llegar ahí estaba, perdida entre todas mis pistas y recuerdos desde no sé hace cuantos años."

"¿Ah si?" - le dijo un poco incrédulo Luis  -"¿Y qué es?"

"¿No la ves?" - dijo Gaspar - "si es bastante evidente. Se trata de la curiosidad. Todo este tiempo estuve buscando la razón por la cual yo me preguntaba el porqué de todo, la razón de que todo me interesara, de que mi cabeza no parara de imaginar cosas nuevas. Y en vez de darme cuenta de ello la usaba cada vez con más frecuencia, y es que entre más se busca más se encuentra."

-”¿Entonces me está diciendo que lo que busco nunca lo voy a encontrar hasta que me vuelva loco?” -le soltó Luis - “¿Que no tiene forma ni color, ni tamaño?”

-”¡Chamaco! No sea majadero.”

-”Discúlpeme, no fue mi intención” - se disculpó el niño - “pero entonces ¿cómo voy a encontrar la curiosidad?”

-”Si tanto la quieres hay una clave que te puede ayudar. Espero que sepas un poco de inglés. Toma.”

Y le dio un papelito con esto escrito: 5W2H.

A partir de ese momento cada vez que Luis quería saber algo sólo tenía que usar la clave de Gaspar.

(CC) alexhealing/Flickr

No hay comentarios.:

Publicar un comentario