14 de julio de 2011

Momento perfecto.

(CC) Victor_Pérez/Flickr



Fue la mezcla ideal, esa maravilla espontánea en la que se pierde el sentido del tiempo, donde la inercia del momento sugiere en todo momento continuar, donde cada detalle revela un misterio, una clave: una pista más de este gran y tímido juego de continuos recíprocos.

(CC) tuppus/Flickr
Ser educado sin rayar en la mojigatería. Satisfacer el contacto sin llegar a vulgarizarlo. Cosechar las sonrisas tan anheladas. Sorprenderse descubriendo una autenticidad en extremo amena. Apropiarse de términos. Continuar aún después de terminado el encuentro. Recordar, contar, proponer, bromear y comparar. Abundar en la conversación. Poner atención. Abrir la puerta y ceder el lugar. Querer ser mejor, respetar, profundizar.

¿Podría pedirse más? Quizás si, pero
no así, no ahora. Propia de estos menesteres, siempre permanece la vacilación, el miedo, la duda. Después de todo es demasiado valiosa para ser arriesgada. Demasiado dulce y tierna para pasar indiferente. Linda, amable, profunda e independiente. Demasiado valor para ser factible. Tan bueno que no puede ser cierto.

(CC) legends2k/Flickr


Eso es, esto no es cierto. Es simplemente el espejismo estival producido por la tranquilidad del tiempo de sosiego. La tinta se derrocha y el corazón se hincha por algo inviable aún desde el primer momento. Resulta obvia la existencia de una fantasía tan agradable como inconsumable. Un sueño destinado a permanecer como ello.

Ahora los entiendo. De amor se alimentan y de amor tienen un hueco. Ilógica ironía que sin embargo aviva el fuego.

A pesar de las carencias que al horizonte se vaticinan, en la sensación transcrita se cristaliza este tiempo como un momento perfecto.
(CC) The Wolf/Flickr

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