16 de junio de 2011

El síndrome de Moctezuma

moctezuma today

¿Qué no he visto a mis años? La gente de ahora cree que por verme todo el tiempo encerrado en mi recámara no conozco lo que hay fuera, que soy ajeno a cómo son las cosas hoy en día. Que soy obsoleto, inútil, viejo.

¡Ah pero si supieran lo poco que cambian las cosas! Sí, la ropa no es la misma; ni las frases, ni la música, ni las cosas de la vida diaria. Pero esas no son más que trivialidades. Debajo de todo ello hay características mucho más profundas. Una especie de códigos que los definen a todos y a cada uno en lo quieren, lo que temen, lo que creen bueno y malo. Verdades tan sencillas que todo mundo conoce pero pocos pueden mencionar: el tipo de cosas que uno percibe sólo cuando han pasado los años y voltea hacia atrás.

Para muestra un botón. Cuando el Distrito Federal se llamaba Tenochtitlán y Moctezuma era el emperador más conocido y odiado de Mesoamérica, unos «castillos flotantes en el agua impulsados por nubes» llegaron a las costas por donde sale el sol y de ellos bajaron «seres de cuerpos resplandecientes y armas capaces de escupir fuego». Luego el emperador supo que venían de un imperio allende los mares y que su líder quería conocerlo. He ahí el gran problema: ¿cómo tratas a unos seres que parecen salidos de un mito y que nadie sabe realmente qué o quienes son?

Los sacerdotes decían que eran dioses (específicamente Quetzalcóatl y amigos) venidos para reclamar lo que era suyo y por tanto cualquier signo de resistencia sería interpretado como la más vil de las traiciones. Los soldados, al contrario, decían que se trataba de ladrones, simples saqueadores obsesionados con el excremento de los dioses.

¿Qué hizo el emperador para tomar una decisión? ¿Qué sabio procedimiento eligió el dueño del destino de uno de los imperios más fantásticos que han existido?

Simplemente se quedó mirando al cielo. Evitó tomar él la decisión y se la pidió a los dioses. Rechazó ser el autor para convertirse en la víctima, y efectivamente lo fue.

A cuatro emperadores de distancia y sin saber a ciencia cierta qué tan grande fue la descendencia del antepenúltimo huey tlatoani, su peculiar síndrome sigue tan vivo como entonces. La gente sigue pensando que «lo que tiene que ser, será», que «cuando te toca ni aunque te quites y cuando no te toca ni aunque te pongas» , que «por algo pasan las cosas» y «que así es la vida». «Aguántate» y «ni modo» son mucho más usadas que «inténtalo» o «sí se pudo». No por nada hace más o menos diez años celebramos que «llegó el cambio» y no que «hicimos el cambio»...

rocolaNo... las cosas no cambian. Ese síndrome nos ha acompañado mucho tiempo y parece que lo seguirá haciendo mucho más. Aún recuerdo el día que lo descubrí, estando todavía chamaco y mientras merendaba en la lonchería de la colonia. La dueña Doña Matilde, al verme tan decidido a no hacer nada, me sentó frente a la rocola y me dijo que escuchará la canción número 21. Jamás lo voy a olvidar.

21. ¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? -  Chava Flores.

1 comentario: