Son las 7 de la mañana en el distrito comercial de Paris, la fría atmósfera es apenas perceptible por los profesionistas que como manifestantes de una procesión poco bulliciosa, van entrando a cada uno de los rascacielos de la compañías a las que pertenecen. Unos mas adormilados que otros, la mancha deforme de trajes oscuros es absorbida en cuestión de unos minutos.
Entre ellos, una joven ejecutiva de nombre Cécile avanza apresuradamente en un acto completamente mecánico memorizado a base de repetirlo día tras día. Detrás del gris de sus ojos ausentes se pierden decenas de pensamientos que constante se arremolinan y confunden, nublando la claridad de su dueña.
Al llegar a su oficina, la luz intensa que inunda el espacio desde las ventanas la hace regresar a la realidad. Debe concentrarse, existen al menos tres proyectos de vital importancia que se encuentran a la deriva esperando una solución, una solución que ella y nadie más debe dar.
Comienza su jornada, pero ni el café ni la inusual calma logran concentrarla. Las ideas que desde la madrugada se apoderaron de su mente se niegan a soltarla.
¿Cómo convencer a quien en sus cavilaciones profundamente se encierra de salir y disfrutar de las amplias ventajas de una vida llena de libertad y virtud?
Desesperada, suspira fuertemente y se asoma a la ventana. En la explanada frente al corporativo, un joven fotógrafo sueña entre las esculturas, buscando el ángulo perfecto para atrapar la esencia de esa nublada mañana. Rodea cautelosamente la estructura, como un quien cortejara a su cortesana, sonríe ante las posibilidades, inventa escenarios perfectos y terribles, apunta por un momento… y dispara. Una, dos y tres tomas. Para ese momento, Cécile ha dejado el edificio y va al encuentro de su libertad.
La suave brisa del viento le recibe al cruzar la puerta principal. A unos metros está el fotógrafo, ensimismado en la ilusión óptica que intenta desenterrar. Tal vez una vuelta más le dé la solución. Cécile, que para ese momento conoce bien la forma en que opera, sopesa sus opciones y elige sentarse silenciosamente en una banca cercana a espaldas de él.
Ofreciendo abrir esa puerta al mundo vasto y desconocido a través de un plan sistemático que brinde la confianza necesaria pero no limite la espontaneidad requerida. Fusión de estilos e ideas que trasformen lo opuesto en homogéneo.
Él sigue dando vueltas, imagina una escena de admiración y simpleza y gira espontáneamente mientras se arrodilla para conseguir la vista que deseaba. Es entonces que surge el la chispa.
Es por eso y ahora más que nunca que el amor es libertad, interpretado en el sentido más antiguo y original de la palabra.
Una sonrisa ligera que se filtra por la lente, resulta en otra que se dibuja en el rostro de quien la sostiene.
La posibilidad de elección asumiendo consecuencias, aun si no parecen existir los medios para realizarlo.
Sin pensarlo, aprieta el disparador y atrapa ese instante de intimidad anónima. Como por magia, su cara se ilumina, se mueve rápidamente a la derecha y vuelve a fotografiar.
Un voluntario construir felices recuerdos en el marco de un virtuoso sendero. Una invitación que no forza sino provoca, una presencia que no envuelve sino atraviesa.
-¿Por qué me tomaste una foto? ¿Qué no querías una toma de “las flores”?
-Así es.
- ¿Y entonces?
-Que venga por una estética en especial no significa que no pueda capturar alguna otra más… personal.
-¿Soy entonces una obra más para demostrar tu técnica?
-En realidad, eres el preludio de toda una nueva forma de expresión.
He ahí la unión de los caminos. La forma del marcaje, de la creencia, la concreción del sueño en trazos firmes y rectos.
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