Una tarde despejada, estaba el escritor batallando para darle forma a su historia. El constante sonar de las olas, que claramente entraba por el ventanal que alumbraba sus despacho en vez de relajarle parece lavar cualquier intento de dar forma y coherencia a sus ideas.
Los temas como de costumbre son variados, las formas son las que están escasas. En medio de la confusión de un mar algo picado, los colores y las ideas se revuelven unas con otras, dando tonos grises y poco homogéneos, dejando incertidumbre en la paleta de un artista que aún anhela plasmar su mejor cuadro.
Debe llevar el azul de los nobles caballeros, símbolo de elegancia y frescura, que siempre jura a los ideales más altos, que siempre compromete a la formalidad de sus votos. Un valeroso y diestro caballero, andante por llanuras y montes aún buscando su causa, carente de un pañuelo que le recuerde a su lejana musa. Sencilla y cotidiana, voluble a los acontecimientos tan solo por su emotividad que ruega ser expresada. Con su aroma al viento pareciera conducirlo, pero al final termina perdido, embrujado por la mezcla de un bosque que le hace perder el rastro de su amada.
Un poco de guinda es también importante, un tono intenso y estimulante como el que tiene aquella vecindad perdida en los caminos de una ciudad antigua. Fuerte es el pesar que se percibe entre las paredes, producto de sus habitante que día a día enfrentan el mismo problema. ¿Cómo dejar de estar en el borde de un abismo? ¿Cómo empezar a creer que esta vida nos incluye a todos? ¿Como soñar con un mejor mañana, si día tras día el guinda de las paredes nos recuerda la cruel tiranía? Ruegos cautivos que no escapan a la pesadez del ambiente, ruegos que algún día serán escuchados…
Un poco de destellos dorados, de esos con los que el Sol atrapa recuerdos, los mismos que luego usa para forjarlos. Rayos áureos que evocan una vieja época hermosa de la que solo queda su nostalgia. Toques de un atardecer que en sus luces contemplan la posibilidad de un beso, un suspiro, un abrazo o una frase susurrada. Cuando menos lo notan, la corona de haces crece a lo largo del horizonte y así culmina la gloria de una creación perfecta.
Tal vez blanco, si el matiz así lo quiere. Un blanco que su sencillez y pureza refleje los colores que le asemejan y contraste los que más se le alejan. Un claro que en la nada de su fuerza, pierda los esfuerzos de quien comprenderlo intenta. Misterioso y tan fijamente claro, un color enigmático que haría la combinación perfecta, de no ser que no sea aquello lo que desea.
En su conjunto, y como las notas de una composición sublime y excelsa, irán formando escenas, pequeños fragmentos de una realidad poco conocida. Con suerte y un poco de paciencia se les irán uniendo nuevos tonos, y así podrán ir construyendo la visión dulce y confortadora que halague a los ojos y alimente el alma. Por que aunque una de las tonalidades puede convertirse en la dominante, es solo con la diversidad de una paleta llena que surgen las obras de arte.
Ya con la mente más lúcida, al escritor se le reducen las opciones, le aumentan las máscaras. Tal vez mañana con un mar más tranquilo, tal vez mañana con una brisa en calma…
Y deteniendo los arreglos musicales que le acompañaban, soltó la pluma y se fue a la cama.
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