13 de febrero de 2009

Ortocentro temporal

Entre fragmentos de recuerdos y certeras predicciones, encuentro un escenario digno del verso idílico que un gótico en sus horas de divagación le escribiera a su musa etérea pero indomable. Desafortunadamente su ausencia me obliga a ser el autor de su rudimentario sustituto y he aquí la descripción más subjetiva que he podido hacer:

Heme en un á   tico con objetos de todas clases y tiempos. Amontonado como cualquier espacio de su tipo, éste parece guardar todo menos el pasar de los años. La única luz que da la estrecha ventana en la pared del fondo, ilumina sin rastro de temporalidad, como si el sol hubiera decidido contemplar eternamente aquél lugar. Más curioso aún es su contenido. Cajas y artefactos de todas épocas se reúnen como si hubieran sido recién fabricados. El polvo jamás ha tocado superficie alguna y todo en su conjunto asemeja el cúmulo de experiencias que la humanidad ha reunido.HOUSE-tiltshift

 

Curioso como soy, no he tenido más remedio que abalanzarme sobre cada empaque y hurgar su contenido. De entre tantos artilugios, hubo algunos que me recordaron días de mi vida. Una pequeña y detallada casita, tan elaborada que podría ser considerada una escultura, pero tan tierna que no permitía hacer más con ella que quererla. Al verla fue que sentí de nuevo el roce de sus dedos, volví a escuchar su voz y disfruté una vez más la calidez de sus abrazos.

 

pianoUn poco más adelante encontré una caja musical disfrazada de piano en miniatura. La melodía era extranjera, me parecía incluso un poco americana. Entonces reviví los días maravillosos de sueño utópico, donde a la luz de los fuegos artificiales en medio de la noche y al ras del verde campo, compartimos el primer beso. Fue entonces que comprendí que el verdadero deseo no conoce fronteras, sean físicas o lingüísticas.

 

 

 

Creyendo comprender de que se trataba todo aquello, seguí buscando algún paquete voluminosambacarnivalso, esta vez debía ser algo grande. Poco antes de llegar a la ventana fue que encontré el disfraz de carnaval. Tan festivo y exótico, no evocaba más que la cadencia al ritmo de la samba, y sin embargo si se miraba muy al fondo, los pequeños detalles revelaban el vacío, la tristeza y el dolor que tras su ritmo se ocultaban. Fue aquí donde vino la impresión más fuerte, todo un repertorio de postales: Primero, la emoción de al fin llegar a la meta, de alcanzar al fin el premio, que se vio opacada por la discordia que los inmaduros generaron. Siendo el cúmulo y sello de un siglo de legado, la ilusión del último de sus hijos fue violada por el poder de su último senescal.

Luego estaba esa sensación de adrenalina que sentí todas las veces que decidí tomar el riesgo. A pesar de todo miedo, de las adversidades y las confusiones, siempre opté por el amor. Y es que no hay tal sentimiento sino se suelta el corazón en el vacío. Porque no es el tiempo ni la forma, sino el fondo quien en verdad determina la autenticidad de una atracción. Sus ojos, pureza inquebrantable que me traspasaba, me dieron la última clave: quien ha de ser debe tener en sí la blancura de un espíritu sin conflictos.

Había visto ya todo cuanto recordaba, y sin embargo sentía que aún faltaba una pieza. Un espacio sin tiempo no puede ser solo recuerdo, debe contener mi presente y tal vez, sólo tal vez, mi futuro. Di la vuelta y deambulé, como buscando algo que hubiera perdido: Algo que no hubiera reconocido, que simplemente no hubiera visto. Ahí comencé a caminar con el corazón abierto. En menos de lo que pensaba, ya tenía un dilema. Un último par de paquetes, sutilmente llamativos, pedían ser elegidos. Pensando en lo anterior, tomé el más modesto que sin embargo me resultó irresistible.

En su interior, el único objeto que provenía realmente de mi vida: un premio. Metálico, sencillo, de apariencia humilde pero para mí tan atractivo. La base triangular y la placa giratoria que esta sostenía, emitían un resplandor plateado que sólo el impoluto arte puede producir. Al frente de la placa está la insignia del linaje al que una vez pertenecí y que parecía acogerme de nuevo. Su forma, agradable al tacto, lo convertían en objeto de alegría y escrutinio. Parecía ser la anunciada conjunción de todos los elementos… Pero entonces vi el reverso.

Segundo lugar. Simple y claro. ¿Y entonces ahora qué sentía? No era enojo, ni llanto, pero si sentía una pérdida. No era por la inscripción sino por sus consecuencias. ¿Es que el rompecabezas estaba mal? ¿Es que ya no existe esa última pieza? ¿Es acaso que nunca existió? El sueño de entregar finalmente el cúmulo de historias guardadas en el relicario pareciera escapar de mí nuevamente. Ése era el dolor, el no poder dar, más que recibir.

Mi primera reacción: guardar de nuevo el último descubrimiento y fingir que nunca fue visto. La corrección: volver a abrir la caja, pero no vaciar el contenido. ¿Mi decisión final? Aún no sé si esperar a que la inscripción cambie o pretender un gusto discretamente reprimido. Si tan sólo hablara más y oyera menos… Solo releyendo me doy cuenta que aplica para ambos sentidos.

Hasta aquí llega mi pequeña visión. Seguro estoy de que faltan detalles, pero el mensaje pretendido creo que si se comunica. Así pues, y como el trovador espera a la luna en su víspera, yo me despido esperando que el frío no congele, y que la música  los congregue a la vista.

moon

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