De un tiempo acá, regresan a mi mente escenas que contrastan totalmente con mi realidad actual. Memorias que aluden a un tiempo algo lejano, en el que se hace presente la única y alentadora constante, encarnada en el cuerpo de una mujer.
Porque la vida es música, vino, saber y aventura que, sin alguien significativo al lado, se vuelve una burda mezcla de absurdos acontecimientos.
Pese a todas mis críticas y desacuerdos, siempre regreso a un estado base, donde la búsqueda de un reflejo se vuelve prioridad en este mundo con tantas diferencias.
Creo firmemente que ser iguales no significa hacer lo mismo. Lo que es más, sé que las mitades no deben ser iguales. Será tal vez por eso que busco de nuevo en los horizontes de una cultura ajena, los rasgos de un sentimiento conocido. Como una vez la luna, el agua y los pavorreales presenciaron, quiero que el ritmo, la inocencia y el descubrimiento confirmen lo que sus tangibles contrapartes constataron: Que pese a raza, credo y lengua, el afecto que valora aquello que escapa a los ojos aún puede nacer en esta cruel humanidad.
Con tal hecho como causa es que me lanzo de nuevo al campo de riesgos que ya tan familiar me es, en busca del abrigo de la suerte, explorando los misterios de la duda ingenua y manteniendo fijo el rumbo hacia la morada tranquila que son los brazos de un ser amado.
Tengo la esperanza en que las cicatrices del pasado me recuerden toda esa experiencia que a base de pruebas y desengaños he logrado acumular. Tal vez para bien, tal vez para mal; siempre queriendo ser más sensible, pero sin llegar al extremo que niega la justa verdad.
¿Seré capaz? ¿Mereceré realmente la felicidad? ¿Qué sucederá de ahí en adelante? La marea de preguntas intimida mi deseo de zarpar a mar abierto. Cuando uno cree saber todas las respuestas, es que surgen las más diversas excepciones. Prueba de ello es este mismo manifiesto: Quien se queja del rumor vago e indirecto, termina sucumbiendo a sus sutiles y atractivos efectos.
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