Existió una vez en las tierras de un reino lleno de lagos y bosques, un enano cuya única afición era la guerra. Desde pequeño su familia le inculcó la disciplina necesaria para ser un buen soldado. A base de castigos, retos y mucha dureza, el enano se forjó un carácter estricto, tenaz, decidido y valiente.
Fue por esto que una vez que alcanzó la juventud se despidió de su pueblo, dejó a su familia y salió a buscar aventuras a las llanuras que rodeaban los lagos del sur del reino. Llevando consigo un hacha, la arma con la que era más hábil, un mapa y una valija para su comida, partió en un amanecer de mediados del segundo mes.
A partir de aquel día Angarod, como se llamaba el enano, vivió hazañas impresionantes para alguien de su raza. Derrotó al rey de los troles, consiguió despojar de su oro a cientos de duendes y aún se enfrentó victorioso a los tritones de los lagos del sur, famosos por su destreza con las armas de contacto.
Quiso el destino o talvez los dioses que el mayor de sus dilemas lo enfrentara a manos de un ser mortal e inofensivo. Alguien tan común que no representaba peligro para un enano, pero si un mundo totalmente diferente. Tal ser era Danaan, una elfa joven y con gracia que solía pasearse por las orillas de los lagos para cantar al compás de su arpa.
Una noche de luna llena mientras Angarod se preparaba la cena, se oyó en todos los rincones del lago una canción que expresaba una mezcla de sentimientos contrarios. Las notas iban de la sutil alegría al fugaz lamento como queriendo estar en ambos lugares a la vez para escapar luego a la tranquilidad y al anhelo.
Curioso como era, se levantó y anduvo por las cercanías hasta encontrar la fuente de aquella enigmática música. Era Danaan, que con los ojos puestos en la luna, entonaba su canto proveniente de su corazón.
Angarod se mantuvo quieto, escondido entre el follaje, oyendo la dulce melodía de aquel bello ser. Aquellos sonidos le daban calor a su alma y en lo profundo de si mismo notaba que muy a pesar de sus creencias, comenzaba a querer a esa elfa, que poco a poco le mostraba el cálido y tierno lazo que puede crearse cuando un alma ve a otra.
Quiso acercarse y decirle algo, al menos un gracias, pero sabía que aquello era imposible. Sus razas desde siempre habían estado enemistadas y si el se apareciera ante ella lo único que conseguiría sería asustarla. Así estuvo largo rato, discutiendo en silencio mientras la contemplaba. Al final se atrevió y mientras ella cantaba él salió de entre las sombras hacha en mano, la única manera para él de tener confianza.
Al verlo ella gritó, retrocedió y tiró su arpa al suelo. Preocupado por su reacción, que aún así ya esperaba, Angarod dejó su hacha y vio con ojos suplicantes a Danaan, que se quedó quieta observando la reacción del enano.
Tras unos momentos de cruel silencio, los labios de la elfa dibujaron una bondadosa sonrisa, que embellecía aún más sus facciones. Ante aquella visión el enano no pudo más que rendirse a admirar el rostro del afecto y la pureza, que hasta aquel instante no conocía.
Apenas quiso articular una palabra, se oyó el alboroto de arbustos, indicando que alguien venía. De inmediato el enano tomó su hacha y buscó refugio tras la sombra de los árboles volteando a tiempo para ver como un apuesto elfo, de rubios cabellos y atlético aspecto abrazaba a Danaan mientras le decía "¿Está todo bien cariño?"
Fue entonces que las ramas volvieron a sonar, está vez mostrando como alguien se alejaba. Era Angarod, que entre dudas y confusos sentimientos se preguntaba cual era su verdadero sueño.
Pasaron los años, y el enano logró proezas aún más grandes de las que hasta entonces había obtenido al grado que al morir la gente de su pueblo quiso levantar un monumento en su honor. Tal estructura aún permanece y los habitantes de ahora cuentan que el día que fue inaugurada una elfa llegó al pueblo para entregar un epitafio que el enano en vida le había confiado y que aún se puede leer:
"En mi camino por la vida, encontré muchas dificultades que me significaron esfuerzo y algún sacrificio, pero ninguna fue tan grande como aquella que me obligó a depreciar mi propia felicidad a cambio de preservar el amor limpio y puro que tan naturalmente dos seres habían alcanzado."
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