17 de mayo de 2009

Crónica de un monje aturdido

tenderwarmDe nuevo solo en su claustro. Los deseos se han visto suprimidos por un golpe sorpresa en el  centro de su vida. A causa de los conflictos sus bases se tambalean y es así que se dispone a oír las románticas notas de un canto solemne.

Las imágenes de las tragedias recientes nublan su vista, al poco rato el futuro próximo termina por liberar las lágrimas que ya suplicaban correr sobre su rostro. Un poco de aquellas notas más agudas y ya estamos en condiciones de resumir en una frase la congoja.

Un mundo donde nadie le cree. Sea demasiado para él, que no lo sepa hacer, que no pueda, que no se atreva, que no sea apto. El muro de desprecio se yergue con la fuerza de una clama unánime. Rostros dulces, nuevos, viejos y aquellos que han estado siempre, se pierden en líneas difusas cuando la culpa de un recuerdo los vuelve desconocidos.

Más aún, en el camino por volverse competente la sentencia recrudece. Ahora se transforma en vanidad, ego, soberbia: antifaces truculentos de un anhelo mal entendido. Cuando todo lo bueno se vuelve malo y la enseñanza se ha distorsionado, lo más inocente y tradicional se vuelve sinónimo de crimen y pecado.

No persigue respuestas, ni convergencia de alguna clase. Solo silencio, el abrigo materno de la siempre presente. Es entonces que la melodía se vuelve manto y el compás el suave recorrer sobre el cuerpo, sobre un pecho vulnerable por su gran vacío. Un hijo que no ha entendido que la felicidad no es el fin, sino el camino.

Envuelto en esa atmósfera de sincretismo emocional, intenta encarnar la calidez del acto, dándole manos al abrigo, cuerpo a la esperanza, ojos a esa luz vuelta faro. Surge de su nostalgia la identidad que requería y pronto revive la escena que tantas veces ha lamentado.

“Ahora soy yo quien quiere besarte…”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario