15 de enero de 2008

La creatura


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Aun en estos días cuentan las lenguas sencillas y limpias del indigena la leyenda sobre la creatura, que a pesar de las generaciones y los cambios se resiste a morir, como mostrando un importante legado a la comunidad que habita en sus dominios.

Se dice que Quetzalcoátl antes de partir al horizonte por donde sale el sol se detuvo en la costa, cerca de la ciudad donde le llamaban Kukulcán. Era de noche y la luna llena resplandecía sobre la bahía con su marea alta. Ahí tomó un puñado de arena, lo seco y le dio vida con su aliento. Lo moldeó con sus rasgos, le infundió la semilla de sus habilidades y colocando un pluma en el centro de su pecho le dijo:

"Asi como soy yo, tu serás. Desde ahpra y para siempre yo te marco diferente en apariencia y en esencia. Tuyos serán los conocimientos y habilidades de los que ha sido privado el hombre, y bajo tu mando estarán los cambios que habrán de mostrarte tu yo verdadero. Cada vez que la Luna se pose con todo su fulgor sobre esta arena surgirás de nuevo entre los hombres para marcar el nuevo camino que habrán de seguir hasta que yo, tu creador, regrese. Pero haz de saber también que en ti el contraste alcanzará su grado más alto. No podrás poseer los sentimientos más divinos que el hombre tiene para consolar y animar el curso de su vida. Como líder que eres no verás ante ti más que el triunfo obtenido y la ambición de lo que no has logrado. Sobre tí permanecerá la atención del pueblo, vigilando cada uno de tus pasos, fortaleciendo tu sigilo y reprochando hasta el más infimo de tus errores. Sábete poseedor de un don divino, único que habrá de acarrearte grandes conflictos, pero que sin embargo es la esencia tuya, tu fin último."

Dicho esto, la figura se desmoronó con el viento que soplaba la brisa marina. Al amanecer solo las olas recordaban lo que ahí había pasado y lentamente lo olvidaban, arrastrándolo como los granos que acarrean del fondo a la costa.

Se dice que desde entonces por todo el valle que una vez dominó la Gran Tenochtitlán surge entre los habitantes él, la creatura que Quetzalcoatl mismo designó para conservar a su pueblo. Siempre cambia de apariencia, siempre cambia de cuerpo, su rostro toma todos los colores, sus ojos son lo único que reflejan su verdadero ser interno. Tal y como lo dijo el dios, todo le era sencillo, todo le era fácil. Sin embargo, muy que sus adentros sabía que él no tendría nunca amor, pues desde siempre la luna se lo ha dicho con su aura.

En un principio él fue famoso, los habitantes del valle le reconocieron y lo alzaron cacique, pero luego con el paso de los años y los extraños habitantes del otro lado del mar, su figura fue cayendo en el olvido. Su fama se vio disminuida, pero nunca su poder ni su castigo.

Hoy por hoy los indigenas dicen que sigue vivo, que ha de estar divagando en las calles de las grandes ciudades del Valle de México. Solo antes unos se revela, los que él considera aptos de cambiar al mundo. Y la luna, única enviada por el dios del viento para cuidar del vástago, canta todas las noches de luna llena la lánguida melodía que le recuerda a él, a la Creatura su fatídico destino.

"¿Por qué me hiciste diferente? ¿Por qué no me dejaste amar como he querido?

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