Hace ya unos días que una importante etapa de mi vida ha terminado. La “infantil” época del primer noviazgo, ha llegado a su fin. En contra de lo que muchos habían pensado, el clásico melodrama que suele venir después del corte, nunca apareció. Al menos en mí. Creo que el control sobre las emociones por fin ha dado sus resultados. Ya era hora, porque años y años de desarrollo ya los empezaba a creer inútiles.
Ahora las cosas han cambiado, ya no existen las palabras dulces y vanas en las mañanas. A veces la indiferencia se hace tan directa que corta los pocos lazos que existen entre los dos. Agradezco lo bueno que pasó en medio año, soy feliz y me consideró dichoso por haber podido vivir en carne propia aquellas experiencias que antes sólo consideraba reservadas a unos cuantos. Fue en cierta manera como un torbellino de cambios, de retos, de pequeñas pero sustanciosas alegrías, de curiosos pleitos, confusiones, dilemas… en fin fue vivir lleno de ilusión en medio año.
Hoy que todo es un bello recuerdo, la verdad pareciera que fue más bien un sueño. Lo sientes, llega a lo más profundo de tu ser, pero realmente nunca pasó y no tienes porque sufrir la perdida de algo tan inmaterial como aquello. Creo firmemente que es algo bueno, pero aun así a veces me asalta la duda de si en verdad es el camino correcto. Incluso viendo las buenas consecuencias de aquello, no quiero dejar de dudarlo. No me interesa en lo más mínimo el regreso, pero aún así no quiero perder la sensibilidad en todo lo que es malo. Curioso dilema, el erizo no quiere alejar de sí las espinas.
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