30 de diciembre de 2010

Víspera

algo esta por suceder... y acecha

Hace ya algún tiempo escuché decir a un viejo algo loco pero muy sabio que la felicidad no está en el momento que soñamos, sino en la espera que transcurre desde que sabemos por primera vez de él hasta que al fin llega. A estas alturas yo agregaría que esa intensificación no sucede únicamente con la felicidad sino con la angustia, los celos y la desesperación.

En cierta manera son las mismas sensaciones, pero a la inversa. Continuamente la misma idea te persigue, desarrollando poco a poco los más insospechados detalles, como escurridizas extremidades, penetrando la más sólida calma a medida que se van fortaleciendo.

Invaden sin tregua la comida, las horas de sueño, el transporte, el tiempo de aseo... hostigando con toda clase de negativas y rechazos: no va a dar tiempo, no vas a poder, no es suficiente, no perteneces ahí, jamás te aceptara… En conjunto es una experiencia tan frustrante  que quizás por ello se le excluye de nuestras listas y recuentos dejando figurar  únicamente a su variante alegre más cercana.

Dependiendo de lo avanzada que se encuentre la víspera, y del tiempo que aún falte para el cumplimiento de la fecha, la tensa espera puede verse acompañada de la Hidra de las Dudas, nada más que una metáfora para representar la descomunal multiplicación de las dudas. Resolver una sólo lleva al surgimiento de cinco más, todas nuevas, al menos en apariencia. El miedo de desconocer los límites se apodera de todo y de no desconectarse, la Hidra te engulle despiadadamente, dejándote arrinconado y temeroso; sin ganas de continuar.

¿Qué se puede hacer? ¿Sujetarse de la endeble y, reconozcámoslo, inexistente certeza de que a quien obra bien le va bien? ¿Hacer el voluntario esfuerzo de suprimir todo lo esquivo y negativo del asunto como para salir del empantanamiento y tomar aire sabiendo que sólo queda regresar? ¿Arrojar el pasado a que se queme en un fuego de excesos y delirios tan brutales que nos rebasen y consuman, para luego percibirnos simples, vacíos e impolutos en la zona siempre conocida como cuna de nuestra perdición?

Pareciera que el nominalismo propio de una mente enfocada en reconocer las diferencias funciona. Todo se pierde en las nimiedades de explicar la situación. Después de un rato el cerebro entiende una explicación satisfactoria y decide dar el tema por resuelto. Al menos hasta que la víspera decida volver a hacerse presente…

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