31 de diciembre de 2010

Propósitos.

(CC) René Ehrhardt/Flickr



Existió en otro tiempo un joven campesino cuyo padre recién fallecido le había heredado poco más que una choza y algunas tierras para labrar. Todas los días se dedicaba de sol a sol a trabajarlas, sin por ello lograr un sustento suficiente. Más aún, una mezcla de heladas y la inexperiencia en los secretos más profundos del campo hicieron que pasaran los años sin que las cosas mejoraran. Por el contrario, sus escasas posesiones comenzaban a desaparecer para conseguir alimento. Desesperado, clamó al cielo por una solución.

Quizo la suerte o el destino que una noche de fin de año la ayuda llegó hasta su puerta. Un hombre acaudalado que viajaba para visitar a un familiar por mucho tiempo olvidado se había perdido en el trayecto. Ahora le pedía asilo para él y su cochero, ya que por la noche su coche podría ser presa fácil de un asalto. El joven, pese a lo precaria de su situacion, lo acogió con las mejores atenciones que conocía.

En la mañana del día siguiente, luego de un modesto pero completo desayuno, el señor conmovido y agradecido por el gesto desinteresado de caridad que el campesino había tenido con él, le ofreció algunos de los regalos que llevaba para su familiar. Además, al ver la prudencia con la que escogió sus presentes a pesar de sus evidentes necesidades, le prometió regresar el último día de cada año para darle más regalos siempre y cuando al momento de su llegada el joven pudiera decirle exactamente qué regalos había recibido el año anterior y lo que había hecho con ellos.


Fue así como empezó la maldición del campesino. Si bien era cierto que los regalos del hombre le ayudaban mucho para seguir viviendo, al cabo de doce meses era muy difícil para recordar qué es lo que ya se encontraba ahí antes de enero y lo que acababa de llegar. Ni qué decir de lo que había hecho con ello. Los días transcurrían siempre iguales para él y sin notas o escrito alguno para acordarse, los últimos dias eran un verdadero calvario de memoria e invención.
Así pasaron dos años y aunque con dificultades, el campesino logró responder las dos únicas preguntas del misterioso y generoso caballero. Pero al tercer año el campesino fue incapaz de distinguir entre los presentes de los dos primeros años y los del último. Desconsolado al saber lo que ello significaba, esperó entristecido la víspera del fin de año y el fin de su mágico sustento.

Al amanecer de aquél 31 de diciembre salió como todos los días a trabajar el campo, esperando que el sol nunca bajara de aquel cielo frío y despejado. Sin embargo al cabo de unas horas la luz fue cada vez más tenue y el frío insoportable tan tipico de la campiña le obligó a regresar. Cerca de la media noche oyó el familiar trote de los caballos y la voz firme que los calmaba. Luego el sonido de las bisagras abriendo el carruaje, los pasos sobre los peldaños y finalmente los tres golpes secos y discretos que llamaban a su puerta. Era él, el Caballero Generoso.

Abrió la puerta vacilando, como queriendo evitar el encuentro aún en el último momento. 

-¿Cómo te ha ido Miguel? ¿Ha sido un año pesado?

- Como todos señor, como todos.

- Y bien, ahora que esta a punto de terminar, ¿qué has hecho? ¿Qué has logrado con tus regalos del año pasado?

-Mucho dolor tengo en decirle que no lo recuerdo. Simplemente han estado ahí, en el momento necesario. Sin que yo pueda reconocer ni concentrarme en el día en que los he recibido, ni lo que no habría podido hacer de no tenerlos. La cafetera, el martillo, la báscula y el abrigo son todos parte de mi vida diaria, tan semejante cada momento como para que pueda distinguirla.

- Si así consideras lo que recibes sin siquiera conocerlo, ¿cómo puedo estar seguro que la proxima vez que alguien llegue hasta tu puerta aún sabras cómo recibirlo? ¿Cómo puedo creer que tus siguientes regalos no serán los primeros que desperdicies y te hagan mal en vez de bien? Lo siento mucho pero a partir de hoy no recibirás de mí detalle alguno. En su lugar tendrás que planear desde ahora lo que harás en los siguientes doce meses, de modo que logres de otra manera lo que con mis regalos hubiera sido menos arduo. Tal vez así, cuando es todo tuyo, logres recordarlo.

Acto seguido tomó su capa, salió al frío y habiendo dado la orden a su cochero, se fue. El campesino por su parte se quedó durante unos momentos desconcertado, hasta que asumió las consecuencias y se sentó a pensar qué sería bueno lograr en el año entrante. Luego lo escribió en un papel suficientemente grande como para verlo todos los días al levantarse y desde aquella noche nunca olvidó lo que cada año él se hacía prometer.

(CC) Mario Pleitez/Flickr


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