De las emociones perceptibles a través del movimiento, hay una especialmente poderosa. Es cultura mezclada con pasión acompasada. Un invento de hace tiempo que reúne a dos personas para conocerse mutuamente.
La música invita, abriendo la ocasión de un verdadero encuentro. Luego todo depende del timbal y la campana. Constante y breve, los tiempos se van sucediendo como avalancha de posturas estéticamente estudiadas. En cada apunte y balanceo se libera y enaltece un sentimiento, se comunican pensamientos y comparten deseos. La descarga dirige más que movimientos, es importante saberlo.
Brazos al frente, manos cruzadas, sujeta por cintura, media vuelta simultánea: puntos estratégicos para los múltiples contactos. Las primeras veces no coincidirán y la distancia tan corta resultará incómoda, pero con un poco de tiempo los brazos irán más lejos, rodearán cuellos y sujetarán espaldas. La agitación produce calor, mismo que alimenta las ganas de fundirse en una simetría de tiempo y espacio. Simbólico pero no por eso menos cierto.
Las caderas se balancean recordando mi cultura, como empapándose en cada oscilación del sabor tan pasional y auténtico. Cada vuelta sujeta la firme creencia de preservar la parte más sensual y codiciable de la raza latina. Un poco más lento o más rápido, siempre más fuerte, más intenso. Provoca emociones, desboca pasiones…
No es tiempo de pensar ni de razonar, sólo deja a tu cuerpo quemarse con la chispa de un timbal que incansablemente insiste en tentarle.
Ríe, muévete, comparte, conoce, disfruta, BAILA.
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