“Sólo a la distancia se puede distinguir la corriente” – dice con un dejo de voz – “una vez adentro sólo tienes pistas”.
Su consejo aparenta una experiencia que su voz inmediatamente rechaza. Para los cánones de la ciudad, donde una pluma puede hacer más daño que una multitud, él no es más que un potencial beneficiario de un programa social. La ropa escasa y raída, la piel morena y el semblante endeble: es sólo un muchacho que ha mal vivido cerca del mar.
Pero José es más que eso. A sus veinte años ha aprendido cuánto es necesario para sobrevivir en la más extrema dificultad. Ha vivido el paso de tres huracanes y media docena de inundaciones, sabe levantar algo parecido a una casa desde los trece años, consigue su comida lo mismo con redes o escopetas que con machetes y arado, remienda ropa, hace comida y cuida a sus tres hermanos. Con lo poco que deja su pesca y su cosecha, sumado al sueldo de sus artesanías de palma, se hace de lo necesario.
Quien lo conozca y comparta su vida durante algunos días descubrirá que el antes niño ya es un hombre.
Tal vez sea por eso que en el pueblo José se ha convertido en blanco de un sinnúmero de mujeres. De lo más variado y sorpresivo, es imposible concluir alguna pista de aquél grupo.
Hay casi niñas que le buscan como el caballero idealizado que les ame y proteja. Le atraen con juegos mitad inocentes mitad coquetos; le hablan de amor perfecto, el destino y juramentos ciegos; sus cuerpos pueden parecer de señoritas, pero en sus adentros aún vive una niña con sus juegos. Tan pequeñas e indefensas como para protegerlas, tan simples e inocentes como para atreverse a tocarlas.
Otras por el contrario le llevan algunos años, haciendo que de buenas a primeras él parezca más infantil e ingenuo. Las busca como el niño que ya puede salir sólo por las tardes. Ríe, juega, hace preguntas y da respuestas. De poco toma confianza, aventura que será de su futuro y se lanza.
Más con la edad viene la paciencia, misma que puede convertirse en calma. Lo que empieza en duda se convierte en largas, y al cabo de algunos intentos su futura vida de madurez se vuelve nube de humo y luego nada. Perplejo contempla anonadado que ha pasado, piensa un poco y se da cuenta que el efecto de la hipnosis se escurre con el agua.
Noé, de infancia su amigo, al verlo confundido prefiere no abordarlo y dejar que el tiempo compense la falta. Mientras, José recurre a Laura, amiga del último y novia del primero. Le confía sus desvaríos e infructuosas cruzadas, le dice cuánto anhela ser querido y lo mucho que esa “ella” le hace falta. Laura piensa, sopesa, y espontáneamente le ofrece afecto. Más luego lo reconsidera y lo cambia por desprecio. ¿Que hará José en el mundo extraño que le presenta todo y le concede nada?
Al final queda como al principio, esperando el momento indicado de cambiar el rumbo y perseguir a la persona amada. Mientras lanza las redes y espera recogerlas piensa en lo sucedido hace algunos meses, justo antes de que la ola de mujeres comenzara. Por un fugaz momento le pareció haber encontrado a la indicada, tanto así que incluso vio la seña para ella reservada. En ese momento, recordó, lloró, subió la pesca y admitió que la extrañaba.
Pobre José, si pudiera dirigir su remo al mar en medio de la nada…
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