Sabía lo que hizo. O mejor dicho lo que no había hecho. De todas las posibilidades implicadas, no había una sola que hubiera pasado desapercibida. Simplemente no debería estar pasando. Pero así es la magia del ser humano. Tan impredecible y enigmático, más que cualquier ciencia exacta. Y así se atreven a menospreciar el arte.
Él era Eugenio, un escritor novel que batalla desde hace seis meses por escribir su ópera prima. Su problema no es conseguir una trama interesante, después de todo un poco de café mientras contempla a la gente pasear en el parque cercano a su casa siempre da la pauta de una historia torcida. Lo crucial son sus personajes. En ellos se decide la verdadera esencia de su novela, es su estilo, su propuesta.
La mayoría del tiempo lo había pasado esbozando los comportamientos ocultos o inscritos en su apariencia. A veces por el gusto de compartirles un poco de sí mismo, a veces por consecuencia de la identidad poco a poco adquirida. Luego de algunos meses los seres inventados dejaron de ser ficticios, volviéndose sus conocidos. Unos eran sus amigos y confidentes, con ellos pasaba la mayor parte de su tiempo. Otros eran enemigos y detractores impacientes por traicionarle y dañar a sus seres queridos, si una afirmación así tiene sentido.
Un día ligeramente diferente se encontraba el autor terminando un capítulo particularmente placentero, donde la empatía entre sus creaciones simpatizantes alcanzaba un nivel pocas veces visto. Se habían confortado y animado, escuchando atentamente cuánto problema hubiera por decir. Luego habían reído felices de tenerse como apoyo, animados por la esperanza de días placenteros. De pronto, sin aviso alguno, un sutil cambio de opinión desata un malentendido imprevisto aún por el propio Eugenio. Incómodos vetos y silencios tornan el ambiente amical en un nido de intrigas y desconcierto.
Imposible retroceder, los cimientos de recuerdos eran demasiado sólidos como para demolerlos. Increíble forzar otros eventos, se volvería intolerablemente fingido. Las posibilidades se cerraban ante los ojos atónitos de un autor súbitamente convertido en espectador.
Incapaz de intervenir en un desenlace que amenaza con arrebatarle a sus amigos, Eugenio guarda silencio en un intento por contener la confusión y la impotencia emanada del conflicto. Una simple línea volvió un inminente y calmo desenlace en un giro apasionante y excesivamente intenso. Con la garganta anudada y los inminentes sollozos espera quieto la comprensión de los personajes por su autor ingenuo.
Errores de una pluma amateur demasiado costosos como para dejarlos en el tintero.
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