23 de mayo de 2010

En un claro de bosque. (V)

Poco a poco esa luz se acercaba, aumentando en intensidad sus rayos pero también emitiendo pequeños destellos dorados. Pequeñas brisas de viento hacían silbar las hojas de los árboles y un tintineo constante empezaba a convertirse en música. En compases lentos y profundos la melodía creció en volumen y textura. Ya no eran solo campanillas, también eran acordeones, flautas y violines. Pronto se unieron guitarras, panderos, clarinetes y armónicas. La luz se volvía más intensa y los instrumentos no paraban de aumentar. Difícilmente se sabrán los nombres de todos los presentes en ese mar de percusiones, viento y cuerdas.

A pesar de ser tantos y tan distintos, los sonidos se mezclaban perfectamente en una sola melodía abrumadoramente emocional e instrospectiva. La omniorquesta tocaba cada memoria alegre y goce que tenía, devolviéndome no sólo la faceta que en un inicio había dejado, sino también retomando la crónica de aquella noche mágica y perdida. Nota tras nota se concentraban la felicidad y la amargura, la tranquilidad y la angustia, el amor y la desventura, la realización y el fracaso...

3461116582_4cc12d4558_bExtendí la mano como queriendo alcanzar la nada. De inmediato se oscureció todo y al abrir los ojos encontré la causa. Justo bajo mi palma se encontraba el hada dorada.

4161788569_d92289ec88_b Al voltear la palma, ahí estaba: su ropa blanca y brillante, sus alas áureas y delicadas, como halos de luz que emanaban de su espalda. Más misteriosa que cualquier otra, guardaba su identidad tras una máscara. A pesar de su silencio, con su música me hablaba, entendía y contestaba. Era alguien que había superado las limitaciones humanas, llegando con sus sonidos más allá de lo que habrían podido las palabras.

Si había forma de hacerme olvidar todo nuevamente, la pequeña misteriosa que tenía enfrente la había encontrado: me quedé en ese pequeño e iluminado espacio como quien por fin encuentra lo que  había estado buscando. Ritmos y melodías armoniosas que me hacían soñar con una vida rodeado de naturaleza y canto. Ella siempre la artista, yo siempre el público. ¿Sería posible? Parecía no detenerse nunca, emitiendo música con frases y propuestas armónicamente encadenadas.

Me quedé ahí absorto hasta que el verdadero sol comenzaba a salir del horizonte. Poco a poco el cielo fue clareando, haciendo las notas más quedas, la melodía más simple y la luz más baja. No fue sino hasta el último momento que las memorias de las otras hadas convergieron en ella, rodeando su silueta y fundiéndose en un último fulgor dorado que terminó por disolverla. Al primer instante de la mañana, todo lo que tenía en la mano era sólo un poco de polvo de hada.

Caminé al extremo del bosque, voltée a dar una última mirada, suspiré y regresé a la común y corriente vida humana.

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