26 de febrero de 2010

Porqué odio los medios caminos.

Es una emoción que no es y sin embargo está presente. Un continuo vigilar lo que oficialmente ya no es interesante, viendo de reojo el lugar a veces vacío, a veces complaciente. Una aceptación de términos tácitos y poco definidos que excusan la obra y omisión. Me encuentro pues en la ambigüedad de un espacio que no es hostil ni amigo, sino incesantemente lleno y vacío.

Es como andar a la deriva en un mundo lleno de irregularidades y aires densos, perdiendo la noción que distingue el exterior del propio cuerpo. En un sinsentido de avance y retroceso que a veces se siente ampliamente inmenso y otras abrumadoramente estrecho. Es como armar la jaula de oro con barrotes de deseos, metas y recuerdos: voluntariamente se alzan las paredes, se renuncia a las salidas y se atan los grilletes, deseando que mantengan sobrio el ambiente por demás incierto. El encierro intenta ser pues un refugio que proteja del daño que acecha en cada rincón, a pesar de que a veces carezca de efecto. Tan grande como para seguir siendo su reo, tan pequeño como para intentar salir al mar abierto.

No puedo negar el dolor de evadir, eludir y escapar por caminos ajenos que siguen sin llevar a un punto estable y fresco.

Racionalmente conozco el sendero y las piedras que niegan el destino, pero a base de análisis públicos que poco a poco perdieron el sentido, he llegado a la conclusión que no hay mejor opción a permitir que la intuición retome el protagonismo. En el fondo de los ojos, asomándose en los breves instantes de espionaje, destellan palabras tristemente contenidas por culpa de un daño siempre presente en varias formas.

Así pues, en medio de un mundo cansado de las virtudes y enamorado de los vicios, pretende lanzarse un tradicional hijo ilusionado y perdido. Aún a merced del peor de los engaños, el hecho de entregarse sin temer, valiente y decidido, le valdrá la calma y el concilio.

cage

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