Usualmente no era común que asistiera a muchas reuniones sociales, pero esta vez, por alguna razón quiso aceptar. En algún rincón de su imaginativa mente se aventuró la ilusión de un escenario peculiarmente distinto. Atractivo.
Así, eran las 11 de la noche y en los alrededores de la mansión Canterville se respiraba un aire fresco y enervante. Habrá quienes digan que hacía frío, pero más bien era una energía diferente la que esa noche rodeaba al evento. Con toda la pomposidad de su tiempo, carrozas tiradas por bríos caballos arribaban regularmente. En ellas iba la acomodada aristocracia inglesa, jóvenes en su mayoría: eran la incipiente semilla de la revolución liberal que científicamente se ampararía.
En una de ellas iba William. Hombre joven de semblante adusto y trato afable. Dominaba una amplia variedad de temas que hacían de su plática un disfrute especial para sus amistades, las cuales sin embargo, eran limitadas. No obstante, su fama solía precederle en muchos de los círculos a los que se aventuraba. Aquélla noche, su llegada fue anunciada por más que los emisarios apostados en el recibidor. Por alguna razón su presencia no era indiferente, por más discreta que él así la quisiera hacer. Tal vez ser de los cinco primeros en la línea de sucesión real tenía sus privilegios.
Así pues, al entrar se cruzó con multitud de personajes ilustres. Después de todo aquella reunión no era más que una oportunidad para fortalecer las relaciones sociales. Cruzó palabra con algunos de ellos, sonrió ante las jóvenes que sin duda le tenían admirado, y dejo ir su vista un par de ocasiones ante cierta dama recién llegada que le observara de reojo.
No podía negar que lo estuviera disfrutando, sin embargo no era este el tipo de goce por el que había venido. Con el paso de tiempo la sensación de vacío fue dibujando un rostro de anhelo incontenido.
Fue durante el baile que su perspectiva cambio completamente. Entre la multitud de parejas había una mujer que sin remedio ni intención cautivó su mirada. Más allá de su belleza, de la cual sin duda gozaba, era su baile lo que le hipnotizaba. Colocándose en una situación de improvisada simpatía, William quiso descubrir como sería bailar con ella. Imaginándose ser el acompañante que con ella estaba, le fue siguiendo en su marcha acompasada y tras un par de piezas, su excesiva atención pareció hacer que la flamante musa se disculpara y se retirara de la pista de baile.
Sin dudarlo, la siguió. Sabía que no debía perderla de vista. Era esto lo que había pensado, la ilusión que ingenuamente llenó su corazón de esperanza y su mente de divagaciones. Escaleras, habitaciones y pasillos oscuros siguiendo su silueta, su cabellera, su rostro que de cuando en cuando volteaba, incitándolo pícaramente…
Salieron al jardín de la propiedad, y la fría atmósfera no hizo más que renovar las fuerzas de ambos.
- ¡Espera!
- ¿Quién eres? ¿En verdad me quieres?
Esa frase resonó profundamente en la mente de William, produciendo una suerte de déjà vú que le trajo recuerdos… más no eran suyos.
Sólo unos metros más adelante y tras los árboles que protegen a la mansión del viento provinciano, un estanque tenuemente iluminado se prestaba de santuario para el momento por ambos conocido. Justo ahí, la misteriosa doncella lo vio de nuevo, y en sus ojos se reflejó la profundidad de una mirada mucho más penetrante que las que tuvo al llamarlo.
De nuevo los corazones en su conjunto sintieron ese brinco de amor recién fecundo.
Temeroso y absorto se acercó a ella. A un lado del invernadero que miraba al estanque calmo. empezó un diálogo por mucho tiempo esperado:
-Eres tú.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
- Por qué sin pensarlo ni conocerte lo puedo dar todo, con la certeza de saber que guardas la mitad complemento del sueño perfecto.
- ¿Y si decido que no eres el indicado?
- Habré desmentido un sueño tonto y obsesivo. Una fantasía que sirvió mucho tiempo y ofreció aire a un mundo en aprietos, pero que al final es solo eso, un sueño.
- ¿Aún sin saber mi nombre puedes amarme? ¿Y qué hay de mi forma de ser, mis memorias y metas, mis sueños y problemas? ¿Cómo te sujetas a un montón de aire que caprichoso te puede abandonar a tu suerte?
- El aire es un soplo que puede dirigir navíos grandes o inspirar mentes brillantes. Si con el tiempo logro conocerte y desentrañar la persona que se esconde en cada uno de esos diarios actos banales, si encuentro el significado de la sonrisa que tu boca dibuja en este instante y descubro que en esencia es justamente la calma iluminada de un amplio horizonte, entonces podré decir “te amo”.
Lo demás fueron asuntos de los que sólo la naturaleza fue testigo. La noche terminó, la fiesta siguió su curso, los nobles que en esa ocasión desfilaron se hicieron viejos y murieron, pero la promesa de un amor joven y creciente perduró en todos esos instantes: como arma para un mundo indefenso, como joya de un destino indefinido.
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