7 de diciembre de 2009

Diálogos de una prostituta

ADVERTENCIA: El siguiente relato es totalmente ficticio y puede contener fragmentos ofensivos o vulgares para cierto público, así como lenguaje soez y explícito. Se sugiere discreción.

Es ya la medianoche en las calles del centro histórico y poco a poco los balcones y portones de sus construcciones van dejando el aparente vacío y pasividad diurno para tornarse en lugares de recreación nocturna. A pesar de que sus fachadas sean muy parecidas, en su interior esconden  una gran variedad de bienes y placeres, yendo de los más inocentes a los más pecaminosos.

A unas cuadras de la plaza de Analco, una mujer se pasea por ambos lados de la calle, saludando cariñosamente a cuanto “caballero” se atraviesa en su camino. De tacón alto y ropa muy ligera, intenta engatusar a los débiles de voluntad que busquen seguir su noche de juerga. Sin embargo, es increíble hasta donde llegan las dificultades económicas:

Que no alcance para la vieja se entiende, que cambien el “bacacho” por charanda hasta es recomendable, pero que no les alcance ni para un privado: ¡son chingaderas!

El maquillaje comenzaba a despintarse, el cabello a caerse y la carne a enfriarse, tenía que conseguir un cliente y rápido. Era momento de las rebajas navideñas.

Y así, ofreciendo una hora por el precio de media, fue que abrió su negocio y llenó su cartera. En cuestión de minutos el tugurio que tenía por habitación vio desfilar al menos a media docena de individuos que no vieron mal echarse una “botellita” más.

Ebrios al fin, eran fáciles de complacer, no había necesidad de desbordar creatividad. Un par de cumplidos e insinuaciones, un empuje al catre vencido, tres posiciones llenas de jadeos y estaban fuera sonrientes y sin dinero. La práctica que ya tenía y todavía no era legal…

¿Que haré a los 20?

Sin embargo, por mucha técnica que tuviera todavía le quedaban cosas por aprender. Cada vez que se acostaba con alguien, dos sentimientos le anudaban la garganta: La sensación de estar mal y el recuerdo de un muchacho, compañero de escuela en el último año que estudió, el cual siempre la rechazó.

Mientras yacía acostada, dejando que el cliente en turno hiciera lo que su poca vergüenza le dejara hacer, su mente se perdía en un diálogo paralelo, tan sensible y honesto que no parecía ser de una mujer que se entrega por dinero:

¿Lo hago por desquite?

Puede que sí, pero mientras no los llame por su nombre, ni los bese, esta bien.

¿Como para tener un hombre enfrente aunque no sea él?

De vez en cuando es necesario, y no soy la única que lo hace, mi madre lo hizo antes, y más de una vez.

¿Estoy deformando cariño en lujuria para rellenar el vacío?

Con algo me habré de consolar ¿no? si me desequilibro va a salir peor y ahí en serio haré cosas malas… Aunque pensándolo bien, salió más caro el remedio que la enfermedad.

¿Soy culpable por eso?

Yo no me hice el daño… pero si me lo creí.

¿Soy siquiera responsable de la perdición que les provoco?

Si me culpo por creerme el daño entonces todos ellos también son culpables de hacerme esto. Cada quien es dueño de su propio chiquero.

¿Estoy obsesionada?

Yo creía que estaba enamorada, pero si terminé en esto, creo que ya no puede ser eso… ¿o sí? Tenía un sueño, confié en él y llegué aquí. Creí que había llegado el momento y me sentí enamorada. Ahora me siento más bien apretada…

¿Qué es el amor? ¿Aquella única vez estuve cerca?

Ya empezaste con tus cursilerías… ¿Qué horas son? Mira nada más, el cabroncito este ya lleva media hora de regalo… Bajan…

En la calle se abre la puerta grande y por ella sale un borracho medio desvestido con cara de satisfacción y desconcierto. Luego, una jovencita de escasos 17 años se asoma arropada por una cobija, ve el cielo clareado y regresa a preparar su café de desayuno como cada mañana.

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