31 de diciembre de 2009

Estado de Cuenta.

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Pocos autos circulan en medio de una noche inusualmente tranquila. Es víspera de año nuevo. Como parte de sus efectos, la temporada pareciera haber sumido a la población entera en un estado de reflexión del que pocos han oído hablar. Así a través de calles y avenidas se logran ver escenarios tan diversos y contrastantes que no parecieran estar en la misma ciudad.

En una de las vías más importantes, una silueta vaga sin rumbo por la acera. El individuo, un estafador de fondos de retiro e inversión, tiene en estas horas un momento de franca soledad. Huérfano y soltero por necesidad, más no por gusto, depende de los intereses de otros para construir el suyo. Con que al menos una persona estuviera con él, su rostro reflejaría una sonrisa radiante y una felicidad fingida. Pero no está. Así, pasa perdido por escaparates y recibidores esperando que la noche termine prontamente.

De las muchas fachadas que cruza el afligido, sin duda la más imponente es la de la familia Medrano, acomodada e influyente estirpe reconocida como una de las más distinguidas de la sociedad. Desde fuera se perciben los espectaculares festejos que a propios y extraños hacen disfrutar. Sin embargo en uno de los balcones de la propiedad, la hija mayor Diana Medrano, se resiste a celebrar.

Vestida como amerita la ocasión, de coctel verde oscuro y satinado, acompañado de los accesorios pertinentes, parece una princesa que derrocha elegancia y dulzura. De pies a cabeza es toda una distracción para los jóvenes invitados que la miran con deseo y admiración. Más la luna ha salido llena y para la bella Diana no hay vida sin recordar su pena. En el verano, durante una visita a la costa brasileña, conoció a un muchacho llamado Ricardo. Luego de unos días de encuentros fortuitos, donde ella reía con las bromas ligeras y soñaba con versos susurrados, él la dejó decepcionado por su conveniente posición y acaudalada fortuna, que ella celosamente había mantenido ocultas. Desde entonces ningún pretendiente le había parecido tan atento y educado, desprendido y entregado, como su perdido Ricardo. Con el tiempo incluso, llegó a despreciar lo que sí tenía, y fue perdiendo el gusto por el calor de la familia.

Lejos del aquel balcón, pero también mirando a la luna, un apasionado reportero intenta disipar sus dudas. Luego de doce meses de crítica mordaz y dura, ha conseguido ser el corresponsal internacional para cubrir el nuevo conflicto armado en Georgia. Sabe de los beneficios que aquello tendrá para su carrera, pero ignora cómo es que logrará sobrevivir sólo, sin conocer la lengua y en medio de una guerra. Toda clase de situaciones problemáticas se dibujan en su mente, y ya sea por el fuerte criticismo que ha desarrollado o por el miedo que le provocan, no ve cómo salir airoso en alguna de ellas. Muchos desearían estar en su posición, algunos quizás más de lo que debieran. Pero él, el elegido para desempeñar la tarea, de pronto se desmorona ante la marea de incertidumbre y el anuncio de más penas. A pesar de todo, la maleta ya descansa a un lado de la puerta y su boleto lo espera solo en la mesa. Apenas tiene unas horas para reconciliar sus sentimientos antes de comenzar su empresa.

Sólo dos pisos más abajo, una joven ejecutiva se dedica a apaciguar su agitada vida. No es común que se tenga un tiempo libre en la esfera financiera, y cuando este ocurre, no se le debe tomar a la ligera. Incienso, música, luces tenues e incluso velas: Meticulosamente ha preparado el ambiente como si se tratara de la famosa cena. Más que el tiempo de familia, lo que quiere es un encuentro consigo misma. Es momento de sacar todos los sentimientos, pensamientos y nudos de garganta, hora de enfrentarlos con buena cara. En un mundo donde más que nada necesita seguridad e independencia, ese tipo de detalles sí que cuenta. Sólo después de esta noche, piensa, podrá decidir de entre todas las opciones, aquella que sea la correcta. Baila, canta, come, habla: de cualquier manera busca acorralar la verdadera Andrea.

Suena el teléfono, pero no contesta. Está noche solo está disponible para ella. Del otro lado de la línea Pedro, uno de sus pretendientes, se desilusiona al ver que no hay respuesta.

Intenta dos, tres y diez veces sin mejor suerte que en la primera. Luego se resigna y continúa con su faena. De pronto, a unas horas de terminar el día, ha descubierto abruptamente los errores que le acechan. Lo que aún no se explica es cómo ha podido ignorarlos hasta ahora. Problemas con su pareja, su negocio e incluso su vida misma; definitivamente los excesos deben su nombre a sus abundantes consecuencias. ¿Aún hay tiempo de enmendar la senda? Por las dudas, en un arranque de altruismo decide corregir lo que se pueda. Llamadas, arreglos, aguinaldos tardíos y una comida sana y completa: Dentro de todos sus delitos cupo el arrepentimiento, un mérito que quizás le absuelva…

Muchas otras historias se cruzan y se tejen en estas últimas horas que suelen ser para ello usadas. Por alguna extraña razón, el final de las cosas ejerce una presión en los humanos que ninguna otra fuerza logra. Más valiera a muchos prepararnos en el tiempo que para ello disponemos, y no correr al final desesperados a revisar nuestro estado de cuenta.

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