26 de noviembre de 2009

Al final del camino

Era una mañana clara y  fresca en las serpenteantes calles de Londreslondon morning, un caso poco usual para la grisácea capital. Por las ventanas de sus edificios se escapan los sutiles aromas de desayunos recién preparados. A pesar de los negocios y el agitado ritmo de vida, los domingos víspera de las vacaciones aún conservan la calma.

Mientras la mayoría de las familias disfrutan del lento despertar, existe un muchacho algo solitario que decidió salir a tomar un poco de aire fresco rondando por las recién pavimentadas avenidas a bordo de su nueva bicicleta.

Al cabo de un par de calles se da cuenta que es mucho más placentero el trayecto ahora que no hay piedras. Con tanta calma no tarda mucho en perder su mente, dejándola volar y soñar  despierta. Luego de tantas cavilaciones simplemente cede al goce imaginario de situaciones comprometedoras, encuentros que poco a poco van cobrando credibilidad, hasta que llega el día en que se vuelven realidad.

En esencia es como si la propia definición de sí mismo rechazara su último pensamiento, como si la voluntad de enmendar fuera un deliberado intento de torcerlo todo. Los signos vergonzosos y ampliamente criticados en el pasado, son ahora síntomas de un padecimiento muy poco comprendido. La tragedia no causa dolor, ni la pérdida preocupación. Una insensibilidad encubierta por una felicidad estúpida, sólo disminuida por un poco de su indiferencia.

Es como ser presa voluntaria de un goce tormentoso. Aún contra la propia realidad y sus duras conclusiones, el espíritu ahora poseído viaja libre y constantemente entre el cielo y el infierno. Incluso el saber que el final del juego conlleva su muerte no significa que se sienta atemorizado. Sólo un limbo paralelo podría ayudarle a resolverlo, pero ¿No sería alguien superior a él quien decida su destino?

¿Y aún se preguntan si el amor es una adicción?

Estaba justo considerando la respuesta cuando llegó al final del camino remodelado. Se detuvo, suspiró profundamente y concluyó dos cosas: No quería seguir engañado, pero no quería buscar la cura en otros brazos.

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