6 de julio de 2008

Noche de ladrillos, alcohol y música.

vodka

Ayer recordé la historia de una amiga que hace más de un año no he podido ver. Multifacética, del tipo al que le gusta adaptarse a un medio desconocido hasta sentirse capaz de hacer lo mismo al entorno que temporalmente la convirtió. Algo camaleónica, y según algunos, bastante manipuladora. Para mí sólo es alguien a quien le agrada "decorar ambientes".

Por los días en que aún veía a mi amiga, a quien llamaré Mónica, ella tenía un poco de tiempo libre en el cual quiso disfrutar de las cosas que siempre se había negado y, para colmo de males, debería de negarse nuevamente durante un largo rato. Así fue como terminó en ese lugar que difícilmente habría encontrado sola. Cuando salió de ahí, tenía ya tres palabras para identificar fácilmente la vivencia: Ladrillos, alcohol y música.

Según las enseñanzas de las monjas en su infancia, aquellos tres elementos tan distintos eran los ingredientes necesarios para que el pecado surgiese. Atrapada por el primero, ahogada en el segundo e hipnotizada por el tercero, no podía conseguirse nada bueno. Y sin embargo, allí estaba; reconociendo en el lacónico escenario verdades que de otra manera nunca había podido entender.

Estar ahí era como dejarse llevar por la inmensidad de un olvido suspendido en la oscuridad, donde la poca luz y los sonidos era la única referencia de rumbo a seguir. Trago tras trago, guiada por una amena charla, iba adentrándose en la verdadera morada del anfitrión, ese hombre con aspecto totalmente acorde a la ocasión, a la percepción que hasta entonces ella tenía de él. Sin embargo, a medida que relajaba sus músculos y modales, fue encontrando la perla oculta.

Había en su discurso humildad, calidez, generosidad y necesidad de identidad... Alegría mezclada con ansiedad, formando un muy conocido nerviosismo. Tal vez por ello lo comprendió, lo vio como un reflejo de su pena oculta y aprendió que en momentos difíciles, los verdaderos seres humanos no pueden negar la exacta dosis requerida de amor y felicidad.

Pero esa noche la vida le guardaba muchas lecciones, además de la póstuma cátedra humanista. Entre bromas y confesiones, quizá etílicamente inducidas, admitió lo irreal de su "realidad". Sus únicas necesidades, las afectivas, eran nada al lado de las de David, el anfitrión que por gusto o debilidad, había propiciado el encuentro. A ratos iban y venían de su cada vez más ausente mente sensaciones de profunda gratitud, sincero respeto y certera incertidumbre. Paradójico o no, por instantes contemplaba a un soñador, potencial ganador que buscaba en las palabras la prematura consumación material de sus anhelos.

Pese a todo lo malo que ella quisiera ver, era de admirar su experiencia acumulada en la vida recorrida. Una vez más aceptó la existencia de lo bueno en lo cada vez más aparentemente malo. Si a ella alguien la consideraba multifacética, es que no lo había conocido a él.  Le era familiar ese cambio de roles a lo largo de los años, incluso ella había ya reconocido algunos suyos, pero lo que David había hecho iba más allá.

Después de todo la intuición femenina resultó equivocarse espantosamente. No había otra manera de explicarlo. En su mundo de cristal, las cosas fuera de él aparentan lo que no son. Afortunadamente la equivocación había sido para bien. Siendo honesta, para mejor. La sonrisa provocadora que rara vez aparecía, aquella noche llegó para quedarse...

---

Me sorprende lo detallado de mis recuerdos, tan vívidos como si yo hubiera estado  ahí. ¿Será acaso que de alguna manera estuve presente? Curiosamente lo único que recuerdo de aquella noche son ladrillos, alcohol y música.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario