18 de julio de 2007

Ni muy muy... ni tan tan...


Será por las nubes que han estado permanentemente los últimos dos días, pero hay alrededor de mí un sentimiento de ingravidez que no me deja percibir correctamente mi realidad, o interactuar con ella.

Acabo de volver de una cita. Una muy especial. En ella no sólo existe la diferencia de sexos, sino también de idioma, de nacionalidad y de percepción. En esta cita se encontraron dos seres que hacen de lado diferencias y similitudes para tratarse sólo como lo que son: dos humanos. No buscan el beneficio ni la conveniencia, sino sólo la chispa de alegría que los anime a seguir por su camino. Caminos que esta vez se cruzan fugazmente, pero que siguen trayectorias tan distintas que no se sabe si volverán a encontrarse.

El destino, como si quisiera que el recuerdo dure a través de los años, reunió el primer día en que los seres se conocieron con el primer día del mes de julio. Las posibilidades de encuentro eran muy pocas, pero sin duda mucho mayores que en cualquier otra ocasión. La naturaleza, sabia y confiada en lo que sucedería, ofreció lo mejor de sí, y hasta las hojas de los árboles apoyaban para hacer crecer la relación.

Los primeros días eran casi mágicos: de día, se conocían en la vida diaria, el curso normal de sus existencias sólo dejaba ver su forma de ser entre los demás. De noche, los caminos entre campos y jardines eran testigos del conocimiento profundo. Sin tocarse, con el respeto que conlleva la caballerosidad y la dignidad de una dama, almas y mentes conversaban en el tranquilo silencio de las buenas épocas del año.

Para el cuarto día de julio, el sentimiento fue inevitable, aún con tropiezos, el afecto dio paso al amor. En los días siguientes, la utopía se volvió realidad. De una manera imposible de repetir, la cálida llama fue creciendo, como una pequeña luz en la oscuridad.

Ahora, el fin del camino se ve más próximo que su inicio. La sombra del futuro infunde incertidumbre en la pequeña llama y la hace temblar. 18 días... Nada más. ¿Cuál será la mejor opción? ¿Dejar que el tiempo decida si protege lo que la distancia se esfuerce en destruir o crear en los días restantes un torrente de sentimientos con una fuerza tan grande que aunque se esfume en un instante deje una huella que perfore lo más profundo de los corazones?

No sé.

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