26 de abril de 2011

Los beneficios de lo barato

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A la vista de la mayoría de las personas que los conocían, los Coapa eran una familia pobre. No hacían más que comprar cosas baratas. Los niños desde muy chicos lo habían aprendido, las marcas no sirven más que para buscar mejor la imitación que más se le acerque. Pese a ello no eran infelices. Habían aprendido a divertirse con lo que otros niños se sentirían tristes. Sin duda Arturo y Margarita eran niños especiales.

El de ellos era un mundo donde nunca sobra pero siempre se busca que haya suficiente. Donde hay que restringirse para sobrevivir y en el proceso se dominan los vicios. Un medio donde la escasez ayuda a valorar y priorizar, donde pensar en ahorros es pensar en los demás.

Como cualquier ser humano aprendieron las nociones de bueno, malo, peor y regular en los términos de lo que conocían, no en términos absolutos. Para ellos cada producto era como una relación de complicidad con el fabricante. De la misma manera que él tuvo la delicadeza de preocuparse por ellos con un producto a su alcance, los niños alababan cada pequeño detalle comenzando desde el empaque. Se trataba de apreciar los detalles de quien piensa en los que nadie piensa, de hablar el lenguaje sutil de las diferencias, de las carencias.

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supply-water-gameNo se cansaban de ir a esas tiendas de «todo por un mismo precio», lleno de cosas baratas. A Margarita le fascinaban las botellas «individuales» de champú, los mini estuches de maquillaje con sus espejos difícilmente bien cortados y las agendas telefónicas incrustadas en un monedero con su pluma dentro. Arturo prefería los llaveros con peluches o muñecos de resorte, las mini lámparas de bolsillo y los estuches de seis plumones de colores. Las latitas de Nivea o de rubor, los juegos de agua y presión que parecían videojuegos y los kits de cepillo y pasta de dientes para el viajero eran favoritos de todos los tiempos.

Al parecer había algo en el hecho de ir de tienda en tienda entre el tumulto de la gente y las decenas de calles abarrotadas que hacía de esa experiencia algo placentero. ¿ Serían las novedades chinas disponibles en cada esquina? ¿Las muestras gratis «sin compromiso»? ¿El trato directo y amable de quien como ellos se sabe nacido pobre y les regala su pilón en el kilo de frijol o en el litro de leche? ¿El litro de jugo de los domingos? ¿La cemita de cocido de regresando cada tarde? ¿Los estantes coloridos y repletos? ¿La mezcla de risas, anécdotas, sabores y olores que aunque en pequeñas cantidades hacían una abundancia de entretenimiento?

Con el paso de los años, y aunque todo mundo los creía pobres, Arturo y Margarita Coapa crecieron sin carencia ni prejuicio. Disfrutaban de comer en el mercado y vestir sencillo, no estaban sujetos a ningún vicio (nunca habían tenido el dinero para permitirse uno) y la suma de sus sacrificios a veces no tan sufridos los había catapultado a la engañosa comodidad de la clase media. Gracias al cambio de perspectiva que sus padres hicieron en ellos, ninguno de los dos fue pobre, sólo les gustaba comprar cosas baratas.

Y a la fecha lo siguen haciendo.

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