3 de enero de 2011

Arquetipo maternal

"Madre" e hijo

Como olvidarlo, en medio de toda la violencia y la desconfianza decidió aceptarme. Hasta la fecha no me queda duda que hubo quienes intentaron persuadirla de lo contrario, sin embargo creyó en mí. Un pobre muchacho cuyo mayor aporte era apoyar en los pequeños trabajos que podrían surgir.

Una vez dentro, no había límites ni reglas explícitas a seguir. Sólo la presencia de mi benefactora bastaba para indicarme instintivamente lo correcto y lo prohibido. Más aún en aquélla casa de paredes anchas y ventanas altas reinaba una silenciosa calma que poco a poco fue domando mi maleado espíritu. Los deseos impuros se transformaban en iniciativa de trabajo. Las ideas ofensivamente revolucionarias tomaban su cauce apaciguando todo el ruido que traía del exterior.

A decir verdad la misma casa se prestaba mucho para tal efecto.

Todos los cuartos de las dos plantas veían hacia el mismo patio empedrado situado al centro de la construcción. Alrededor de éste un pasillo separado por columnas servía para moverse entre las habitaciones, aunque dadas las dimensiones de la casa había bancas donde descansar: si se estaba arriba para contemplar el cielo dividido por la torre de la iglesia vecina que asomada por una esquina; si se estaba abajo para contemplar las hojas de los árboles enmacetados mecerse con alguna corriente despistada.

Dos ventanas

Luego de unos días de reconocimiento, encontré el lugar más acogedor, increíblemente también el más grande. Se trataba de un salón amplio en la planta alta cuyas ventanas tenían un marco tan ancho que podía fácilmente sentarme en él. Además cada una tenía persianas de madera que abrían hacia dentro, convirtiéndose en el respaldo perfecto para pasar largas horas leyendo, pensando o simplemente mirando el firmamento.

Más cariño le tomé cuando mi protectora tuvo la costumbre de ofrecerme algún refrigerio en ese lugar después de hacer mi trabajo. Fueran frutas o pastel, eran momentos de verdadera felicidad por sentir el cariño genuinamente desinteresado de quien me acogió como un hijo. Platicaba conmigo, me preguntaba qué más necesitaba para seguir trabajando y no dudaba en lo absoluto para ayudarme. Era una madre sin poder serlo. El arquetipo maternal que jamás imaginé.

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