Atardece en fin de semana. A pesar del inusual descontrol y las obligaciones contraídas, camina feliz por las calles. Recorrer este camino le hace pensar en las promesas existentes para cada fin de semana. “Tal vez el siguiente” piensa, mientras conversa de cualquier cosa con el amigo que le acompaña. Si estuviera ella… “Pronto, pronto” se repite.
Pasa cerca del museo. Recuerda una exposición algo interesante para visitar. De no ser por su presente destino entraría a dar una hojeada. Es más, alguien sale…
Es él. Se le ve sonriente mientras da una media vuelta. Por un momento parece haberlo descubierto también, pero luego continúa hasta verla a ella. Ahí está, en la tarde de un domingo con falda clara y zapatillas. La inconfundible cabellera. Se acerca a él, se abrazan. Luego caminan alejándose por la misma banqueta, tranquilamente él toma su mano.
A los pocos metros se detienen y contemplan el interior de una iglesia. “Entren, entren” piensa visiblemente alterado, mientras sigue acortando la distancia que hay entre ellos y él. Continuan. Los ve cruzar la calle y la perspectiva cambia. Su silueta perfectamente enmarcada por la falda hasta hoy desconocida la hace ver como la mujer en quien siempre pensaba.
Por obvias razones seguirá un camino distinto, sin la más mínima duda del inminente reencuentro.
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