Es una sensación recurrente que no sé si quiero ignorar o seguir exprimiendo. A cada momento tienta mi razón y la provoca a escaparse en una reflexión aparentemente útil que siempre estrella con la misma realidad: Sea cual fuere el destino y transcurso de eso que halago al llamar historia nuestra, el desenlace será siempre hiriente. Como sé que desde el primer párrafo ya es demasiado críptico y en persona no me atrevería si quiera a mencionarlo, trataré de explicar todo en una aclaración que nunca sucedió y de cuyo origen ignoro todo detalle:
Hace un tiempo empecé a tener un sueño, que justamente empezó contigo y no por ti. Creo que una tarde entre taza y taza lo dije: la mayor marca que he recibido, la misma a la que ahora me aferro como ancla en un mar turbulento, es esa que dejó el escudo acuartelado con un par de torres y otro de chevrones rotos. Tragos después ya era evidente que no era el único ni el más influenciado. Lo que es más, después del libro blanco y de portada verde llegué a extrapolar la onírica visión que se había formado y por un momento llegué a pensar que quizás un verano podría conocer al autor, podría ver de nuevo el escudo y sentir el ambiente único de una familia de fe, fraternidad y servicio.
Pero no fue así. Por primera vez tuve que entender que por algún motivo que no entendía (combinación que personalmente es frustrante en alto grado) no sólo aquel reencuentro no sería, sino que básicamente había un rechazo entre lo que creía cierto y lo que en realidad pasaría.
Y es cierto, no tendría que haber molestia en encontrar un resultado diferente del que se espera, sin embargo hubo un detalle extra que se convirtió en la fuente de largas reflexiones mudas y en penumbra, al compás de un canto solemne que buscaba consolarme de lo que sin duda era una pérdida. Y es que cada vez que surgía una pelea y la discordia vencía, pasaba un momento de silencio al que luego seguía una reconciliación mutuamente querida. Esa combinación deforme de tristeza y alegría fue la llave infalible y perfecta para tenerme sometido entre un “ya no quiero” y un “tal vez podría”. Dolor, puro y fulgurante, dosificado en periodos de duración variable. Se sucedieron una y otra vez, reduciendo mis aspiraciones a un simple abrazo y una confesión nada riesgosa pero verídica.
Si no hubieras sido así de amable, si hubieras sido más fría (no con la mirada perdida), sino te gustara tanto el arte, sino rebatieras todas mis conjeturas…
Es un rompecabezas demasiado complicado para estarlo soportando. Me siento vilmente utilizado para un propósito que ni siquiera conozco pero que estoy seguro no me beneficia. Me molesta ser susceptible de tus palabras y que esos pequeños nervios que salen en movimientos bruscos o en frases abruptas que me delatan cuando más intento mantener la templanza. Ya mucho he perdido derramando lágrimas y formando frases que nunca presencias. Mucho tiempo he creído ingenuamente que el momento de sentarse y aclarar las cosas llegaría. Mucho tiempo estuvo soñando una vida imposible y ajena que yo imaginaba me sonreía.
Y por eso te digo que mejor acepto las cosas, como un dogma al que no le encuentras ni pies ni cabeza. Acepto para evitar más daño contigo y más bromas con otras personas. Acepto por que ya m cansé de encuentros frustrados y miradas duras. Si en verdad estás conforme con ese compromiso extremo y repentino, no eres quien yo creía.
Sin embargo eso no quita que aún reaccione a las palabras, por lo visto a lo único que puedo acceder si el ocasión es propia. Sin embargo cuando lo vuelvo a pensar y me doy cuenta de lo trágico del planteamiento, reacciono y me defiendo, olvidando los potenciales beneficios y recordando las amargas experiencias.
Al final contesto la pregunta que no pudiste terminar y que pretenderé no haber escuchado nunca: Soy así de diferente por que se que al final no vas a estar ahí ni como compañera ni como amiga. No sabes como me duele, pero también cuan convencido por la experiencia aprendida.
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