12 de julio de 2009

Es una vez (II)

Luego de unos días de silencio y retiro absoluto, propios a sus inclinaciones monásticas, decide tomar la pluma y escribir una nueva misiva, un diálogo claro y directo en donde explique e invite.

A la media noche del día siguiente se acerca sigilosamente a la aldea con las 7 copias que usualmente distribuye por todo el pueblo, en sus calles y rincones más tranquilos. Aún fresca, la última copia es puesta en el borde de una fuente de profundas aguas azules y blancos remates. Dentro se lee el siguiente mensaje:

Es así que te doy pueblo mío, la respuesta a la intención errónea que de mis escritos te has formado. Tras reflexionar días y noches sobre los diálogos que indirectamente hemos sostenido y las formas sutiles de las que me he valido, he entendido que cada cuento no se puede relatar sin tener un principio.

Por ello es que aquí repongo ese inicio tácito que a tus interpretaciones ha faltado:

Sabrás que siendo uno de tus hijos, vi como tus fuerzas caían ante las de los desastres que te aquejan, y como los usos y tradiciones que tanto te representan pasan desapercibidos por tu quehacer cotidiano. Quise hablarte, pero en mis palabras no existía la presencia de tus nobles y sacerdotes. Es por ello que me investí la máscara y salí a tu encuentro en una nueva forma.

Con cuentos y fantasías susurré las posibilidades de tu suerte, pinté de a poco las escarpadas veredas que a tu paso se presentan y en ello busqué siempre iluminar la vía con la esperanza que de tu esfuerzo nace.

Más el problema de todo predicador no es gritar más fuerte, sino escuchar más quedo. Sin un mensajero intermediario me es imposible conocerte y regalarte las palabras que en verdad te alienten, los pasajes claros y directos que descubran los oscuros misteriosos y que al final nos permitan conocer el destino que a la relación entre un ermitaño y su aldea le depara.

Si lo escribo es porque no tengo miedo a ser honesto.

Si no lo predico es porque solo se haría más público de lo necesario.

Si en ocasiones la pluma se apasiona es porque en las palabras, la intensidad se pierde y solo la tragedia la ensalza.

A la mañana siguiente, una niña que alegre canta es la primera en encontrar la séptima y última copia. Avisa a sus padres y estos a sus vecinos hasta que las copias restantes son halladas. Luego que la misiva se difunde en cada casa y en cada calle, el silencio cubre al pueblo.

A la distancia el ermitaño contempla el calmo paisaje y como sus antiguos vecinos se pregunta: “¿Enviarán al mensajero?”

pueblooriginal

No hay comentarios.:

Publicar un comentario