Con tantos pobladores amontonados en espacios cada vez mas reducidos hemos aprendido a ver miles de rostros como una masa deforme que fluye en dirección opuesta a nuestro caminar. Si por casualidad o conveniencia un rostro conocido surge de entre la mancha, un hueco imaginario se abre, al mas puro estilo de un oasis en el desierto. Por eso de un tiempo acá, he definido ese hecho como ver rostros: realmente posar nuestra mirada y atención en una cara que invariablemente nos recordará momentos de nuestra vida.
Esta ultima semana, dichos avistamientos han sido más fuertes de lo usual. Tal vez por aquel tema romántico que se ha apoderado de las conversaciones diarias o por el resentimiento de un alejamiento prolongado, de pronto veo en los rostros de esa mancha espejismos de caras con recuerdos tan fuertes que difícilmente puedo ignorar. Y muy a pesar de mi propia ideología no dejo de avistar aquellos rostros de lánguidos encuentros presumiblemente afectivos.
Como era de esperarse (desgraciadamente) los rostros son femeninos. Esas memorias que odié en su momento y prometí enterrar, resurgen de su tumba armadas de reflexiones que casi siempre intentan reabrir las puertas de relaciones que fuera de mi mente están completamente extintas. Desde los deseos carnales que pudieran estar reencarnando ya sea en el mismo cuerpo o en otro que mi voluntad sabiamente ha decidido respetar, a las interrogantes morales y psicológicas de una unión que ha mas de dos años de terminada aún no logro comprender.
Todos con quien lo he hablado, coinciden en que el tema rector de las visiones es el amor. Mas yo pienso diferente. Tras observar a otro caminantes que expresan en palabras similares el mismo padecimiento, estoy seguro que lo que se trata en cada texto es la ausencia del amor. Un sentimiento potente con el que los más tímidos fingimos seguir sintiendo los remanentes de una pequeña llama que de a poco se agota.
El patrón es siempre el mismo. Una persona idealizada a base de soñar despierto cada vez que se está lejos. Intensas visiones de sus ojos, contemplación impasible de sus facciones, como acariciando tiernamente con la mirada al ser que con palabras no podemos sujetar. Si acaso una oportunidad surge, el miedo vence el deseo de decir “Quiero conocerte” o “Me gustaría salir contigo”. ¿El resultado? Horas de auto compasión que se confunden con el supuesto amor.
Todos lo sentimos, y cruelmente nos esforzamos en mantenerlo. Más aun la vida parece reírse de nosotros concatenando nuestros sentimientos en una sucesión de afecto no correspondido. Hombres que suspiran por una mujer, que a su vez suspira por alguien más… que la ignora. ¿Hasta cuando alguien romperá el silencio? ¿Hasta cuándo los ojos gritarán mudamente la súplica de amor a unos ojos inquietos por ser observados?
Gente amando a gente, que a su vez busca amar a otras caras… En la confusión de relaciones he encontrado incluso una interesante quimera bicéfala, motivo de mis más recientes divagaciones. Y es que del par de cabezas, hay uno que me acepta y otro que simplemente me observa. Curiosamente mi adicción es a la última, aquella caprichosa mente que dispone de la armonía de la música, del sabor de las lenguas y de esa exótica visión de belleza en bruto… Una musa que se niega a compartir su lugar con la misma fuerza que se niega a confortar a su artista.
Al final ha sido tal mi hastío, que he optado por dejar la paleta, romper los pinceles y dejarme llevar por esa masa irregular que a diario camina conmigo. A pesar de ello, la herida re abierta tomó los fragmentos y dibujo con los restos de pintura este vago retrato de un mundo que ha olvidado qué es el amor.
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