12 de abril de 2011

Esos ojos.

perlasNebulosas

Fue tan fácil como sentarse a imaginar. La verdad es que fui demasiado ingenuo, en aquél restaurante paradisíaco en medio del desierto es obvio que ese tipo de cosas tienden a pasar. Sentado en una de las tantas mesitas redondas, entre vegetación y fuentes pequeñas (todo un lujo por aquéllos lugares) fue que quedé atrapado en el misterio de sus ojos negros.

En ese momento fue sencillo comprenderlo. A pesar del burka negro que cubría la mayor parte de su cuerpo, el diminuto hueco que se abría para mostrar sus ojos era toda la oportunidad que necesitaba para comunicar, seducir y protegerse. Era como un francotirador apostado en lo alto de un pasaje rocoso, siempre lista para la emboscada: Dos perlas negras y nebulosas, enmarcadas en un pequeño mar de leche, era como asomarse a un mundo más elevado que de pronto se mostraba interesado de hablar con alguien tan mundano.

Y es que ése era precisamente el efecto que los volvía aún más letales: en cada reojo se clavaban en lo más profundo, cuestionándome de la manera más hipnotizante. ¿Quién era? ¿Qué quería? ¿Me gustaba lo que veía? ¿Por qué me interesaba? Era como estar hablando abiertamente con alguien de quien ni siquiera sabía su nombre. Atractivo al principio, atemorizante luego, al final imborrable.

Luego del primer día caí en la cuenta de lo inocente que había sido.

Ella sin duda debía ser una cortesana, de las tantas que abundan por aquellos senderos, brindando placer y compañía al solitario (pero adinerado) viajero. El encanto de sus ojos no debía ser más que el inicio de un complejo ritual de atracción para convencer a un hombre solitario. Después de todo, pese a que su atuendo debía ser un signo de humildad, portaba exuberantes cinturones y collares con ocasionales joyas para sujetar la tela donde debía ser sujetada, insinuando una silueta que de otra manera hubiera sido imposible imaginar.

A pesar de haberlo comprendido fui incapaz de solucionar aquél instinto. La primera vez fue por inocencia, la segunda por creer que podía defenderme y la tercera por franco vicio: cada tarde que pasaba no podía evitar ser consumido. El cuarto llegué a la conclusión de que tenía que conservar aquéllos ojos conmigo, verlos cada día desde el amanecer hasta el ocaso, hablar en su silencio hermoso hasta que no hubiera más que decir... pero al ser viajero y no comerciante carecía de los bienes necesarios para estar con ellos aunque fuera una noche.

aretes perlas negrasLa situación es crítica en mi quinto y último día. El día anterior en un arrebato de locura rematé mis pocas pertenencias para comprar un par de aretes con perlas negras con la desesperada intención de sustituir a las verdaderas. Al poco rato me di cuenta que había sido inútil y, al no tener razón alguna para conservarlos, decidí investigar donde dormía la cortesana para dejárselos envueltos en una nota que decía: «Pensé que así podría llevar tu mirada a todas partes, lo único que puedo aspirar a poseer de ti dado que no soy un comerciante, sino un simple viajero. Más cómo eso no me basta te los entrego, esperando que me puedas ver a mí cuando los mires a ellos.» Ahora me encuentro sentado por última vez en el mismo restaurante, en la misma mesa. Sin pertenencias ni perlas de ninguna clase, pues parece ser que el viejo que me vio salir anoche de casa de la cortesana le advirtió  de mi presencia.

Así que sin poder despedirme de ella de la misma manera muda y distante en la que solíamos hablar, me levanté por última vez esperando estar pronto demasiado lejos como para estar tentado a regresar. Me dirijo a mi camello y estando a punto de montar un chiquillo se acerca corriendo para entregarme otra nota.  Al desdoblarla cae un solo arete. Leo la única línea escrita, sonrío y lanzo la nota hacia atrás. Mientras me adentro en el desierto, el papel  en suelo me despide diciendo «Viajero, para que veas cuando te vea. A.»

No hay comentarios.:

Publicar un comentario