En algún lugar de este inmenso universo la vida de Roberto no es tan complicada como hemos podido ver. En otro espacio y otro tiempo él vive feliz y tranquilo en su pueblo natal a orillas de un lago. Ahí pasó su niñez y adolescencia, habiéndose convertido en un joven adulto de carácter afable y sinceridad completa. Pasa los días en las labores del campo, sembrando maíz y transportando lo que el pueblo crea necesario.
De vez en cuando Gerardo le acompaña en su viaje hacia el mercado más cercano, turnándose con él el manejo de la camioneta. Ruidosa pero aguantadora, se ha convertido en la eterna aliada de Roberto para todas sus obligaciones y encargos. Aún así, cuando Gerardo la maneja, disfruta del viento jugando su cabello y la resolana que le envuelve cálidamente en medio de un típico cielo despejado.
Uno de aquellos días, el más afortunado de ellos, encontraron en su visita al mercado a una tierna capitalina llamada Julieta. Perdida entre los puestos que miraba maravillada, no tardaron en trabar conversación gracias a las elaboradas prendas en lana y algodón que ofrecían. Luego de convencerla que realmente eran las mujeres del pueblo quienes las confeccionaban, tuvieron que acceder a llevarla a conocer a tan habilidosas artesanas.
A partir de aquel momento las visitas de Julieta al pueblo se volvieron frecuentes pero cortas, como breves espacios de inusual diversión donde la vida de Roberto cambiaba. Visitaban cada casa, recorrían cada calle y merodeaban por el lago en busca de esa pizca de tradición mezclada con originalidad que ella tanto buscaba. Luego de otro intento fallido de descubrir el hilo negro en ese mágico lugar, regresaban al mercado en la vieja camioneta, a veces en la cabina, a veces en la carga, dependiendo de las ganas de Gerardo por acompañarlos.
Sucedió que un día Gerardo tenía prisa por llegar al mercado a recoger un arbolito de higo que su madre había encargado y decidió hacer el trayecto de hora y media en treinta minutos. Sin aviso convirtió aquello en un viaje loco, peligroso, arriesgado y divertido. Roberto y Julieta, que iban en la carga, se vieron de pronto en una especie de juego mecánico sin cinturones ni asientos. Brincaban, patinaban, chocaban, iban y venían: Entre risas y bromas jugaban como niños pequeños sentados en el hielo. En uno de esos deslices Roberto abrazó a Julieta y como copilotos de un pequeño bólido, simularon manejar su propio auto en medio del resbaloso medio.
- Iuuuuuuuuuuun…. iuuuuuuun… jajajaja
- ¡A la derecha, a la derecha! ¡No espera vamos a chocaaaar!
-¡Iiiiiiiiiiiiii! jejeje ¿Creías que te iba a dejar chocar?
-¡Cerca! ¡Ahora al otro lado! ¡Ahora si nos vamos a embarrar!
- ¿Viene suicida la niña eh? jajaja
- Jajajaja
En ese momento volteó hacia Roberto, y el suspiro por más pequeño que haya sido, fue imposible de ignorar. Ahí en medio del verde campo, jugando en una camioneta y con ella entre los brazos, se encendió la chispa que llevaba un tiempo queriendo explotar. Fue tan natural: ella acercó sus labios, él la reflejó en los suyos y el primer beso (además de una roca descomunal) los hizo volar. Siguieron riendo, siguieron jugando, más alegres y en un auto más compacto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario