16 de enero de 2010

La evolución del pensamiento

Don Quixote

Pareciera que a lo largo de la vida cuanto vivimos y sentimos no es más que una mancha borrosa de muchas situaciones mezcladas. Días y noches transcurren incesantemente dejando nuestras retinas impregnadas de luces y colores tan diversos que cuando estamos en la calma de una noche lluviosa (como la que hoy se presenta) parece no haber nada más que un dejo de escenas recortadas como resumen semanal de una telenovela.

Sin embargo y a través del empuje de cada uno de esos fragmentos de tiempo es que vamos cambiando, evolucionando, dejando las maneras antiguas por unas sino mejores, al menos nuevas. Lo que ayer no pareció perfecto hoy es mundano y corriente. Valoramos más esto, ignoramos más aquello y de pronto nos encontramos, como diría un profesor de ya algún tiempo, como cuadros que se ensanchan y comprimen para pasar por el hueco de las medidas perfectas.

¿Pero qué nos motiva a dejar los muñecos para fijarnos en las muñecas? ¿Qué fuerza nos mueve para odiar el fútbol un día y amarlo al siguiente? ¿Qué nos hace fieles estúpidos de una persona un rato y nos deja desolados y ardidos al momento siguiente?

Debe ser sin duda una fuerza grande, algo que llamaría amor de no ser por mi reciente pleito con el término. Una guía de comportamiento humano que como el hambre nos hace transformarnos, superarnos, desear llegar más allá y sobretodo, cambiar de ideas y comportamientos como las serpientes cambian de piel a su debido tiempo.

Al final, y a reserva del fin último que aún está por ser descubierto, somos creaturas volubles y predecibles. Manipulables e irracionales. Somos seres humanos que luchan por creerse cuanto se han contado mientras rechazan lo que les es impuesto.

Y es justo en ese estira y afloja que se da el juego de la evolución del pensamiento.

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