2 de agosto de 2009

El Gato Rumbero

Es cerca de la media noche en el oscuro callejón. Ventanas del tamaño de puertas, portones por los que podría cruzar una carroza... El aire colonial y marginado de la barriada es perceptible. A pesar del silencio ligero que mece el sonido de las olas, se oye en el fondo, cerca de la costa, un bullicio proveniente de una palapa bastante deteriorada.

Mostrando un desgastado letrero que dice “El Gato Rumbero” y una abundante luz amarillenta, el lugar alberga a unos cincuenta lugareños, caribes que desde su infancia reconocen los sonidos del tambor, la flauta y el cornetín. Noche tras noche se reúnen llevados por el son que da ritmo a sus vidas. Esa melodía tropical que define la pasión, que derrocha emociones, que posee voluntades…

Cuentan las lenguas que en aquel improvisado salón, cada segundo martes se aparece “El Gato”, un muchacho al que nadie ha visto fuera de aquel lugar, como si fuera la música la que le diera vida. Ya avanzada la noche, cuando la música y el alcohol han surtido efecto, entra por uno de los costados de la palapa, por entre los muros de carrizo. Luego de pasearse por el lugar, se acerca a la chica de baile más cadencioso para bailar con ella un son tan intenso y agotador que la chica termina por desmayarse, delirante de éxtasis. Los únicos en darse cuenta son los viejos de la orquesta, cuatro músicos que iniciaron el local cuando sus cabezas aún eran negras y sus mentes ligeras. Para cuando los demás con horror lo descubren, “El Gato” ya ha desaparecido.

El más viejo de ellos, de nombre Cheo, dice que es imposible detenerlo, pues a cada chica le parece alguien diferente. La única forma de reconocerlo es si este la invita mientras la orquesta toca “La Pantera Mambo”. Es por eso que, aunque la pieza es muy solicitada, pocas se animan a bailarla sin haber bailado al menos una pieza antes.

Todo surgió un 11 de agosto – cuenta Cheo – mientras celebrábamos el cumpleaños de Carlos, el hijo de la curandera. Como cada noche vino a bailar, pero también a ver a Lucía, una chica de su edad que por ese entonces era nuestra corista.

Nadie ignoraba que a Carlos la sola visión de Lucía le causaba gran impresión. Y es que la niña tenía un porte digno de una tigresa: Altiva y elegante, con la belleza de las Coronas de Jesús recién florecidas. Su silueta y su cabello por si solos hacían voltear a más de uno.

En las noches, solía cantar las piezas que nosotros tocábamos, y mas o menos por la misma hora en la que “El Gato” se aparece, ella elegía alguno de los muchachos para bailar una pieza con ella. Desafortunadamente Lucía resultaba tan cautivadora que pocos podía mantener su ritmo.

gato Imagen basada en las de Ontario Wanderer y lepiaf.geo gone till Wednesday

Esa noche de agosto, Lucía eligió a Carlos, y nada más comenzar la pieza, los dos se enfrascaron en una danza tan profunda que hay quienes dicen que tuvo algo de demoniaca. Tal fue el ritmo y la cadencia que no fue una, sino diez las piezas que bailaron, mientras los demás los admiraban mitad incrédulos, mitad asustados. A partir de esa noche, a Carlos le llamaron “El Gato” y Lucía dejó de cantar con la orquesta para bailar con él todas los martes segundos del mes.

Pasaron los años y Lucía murió trágicamente en un intento por migrar a Estados Unidos. Carlos siguió viniendo a bailar, pero sin ella, “El Gato” no tardó en enloquecer y desaparecer en la selva. La gente lo dio por muerto, y a su madre por loca, ya que ella era la única que afirmaba que el seguía con vida.

Una noche, mientras se oía la famosa pieza que lo convocaba, un chico se acercó a Valeria, una fuereña que a decir de Cheo, era la viva imagen de Lucía. Bailaron como no se había visto en esa aldea, bailaron con un ritmo que hipnotizaba, con una pasión que desbordaba en sensaciones. Cada paso, cada toque eran trazos geniales de una obra hasta ahora desconocida. Al terminar, el chico se acercó al oído de Valeria y le susurró:

Al fin vuelves Lucía… No podía detenerlo, es el sonido que me controla, pero ahora volvemos a ser dos…

Y saliendo por el muro de carrizo, la pareja desapareció y no se le volvió a ver jamás.

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