14 de diciembre de 2008

Transcripción de un sueño muy vívido

buker Habían tres grupos de refugiados que compartían el mismo bunker durante la guerra en la que estaban escondidos. Sus espacios eran claramente distinguibles gracias a una zona común desde donde se podían ver las tres entradas a los vastos arreglos de cemento y acero. De tan largo que fue el tiempo que se mantuvieron encerrados, ellos mismos se consideraban sobrevivientes de una catástrofe. De hecho, debido al tamaño de cada grupo, se consideraban ya sociedades distintas que nada tenían que ver con la primera “cultura” que las había colocado ahí. Tal vez por ese distanciamiento entre ellos es que la zona común se convirtió en tierra de nadie. Pronto su aspecto fue el de un sótano de concreto cuyas tres únicas fuentes de luz eran las entradas a cada una de las tres áreas.

Pasó el tiempo y una de esas luces se extinguió: el segundo grupo cayó víctima de una enfermedad de la cual ni la gente del primer ni del tercer grupo sabían sus causas: Sólo los vieron volverse más hostiles y todo cuanto les pertenecía se volvió oscuro.

A partir de entonces hubo una gran incertidumbre, en especial para la gente del primer grupo, que se encontraba ligeramente más cerca de la entrada del segundo. Al no saber sus causa no podía intentar erradicarse, y si ya había contaminado a la tercera parte de la población total: ¿Qué haría falta para que el resto sucumbiera? A pesar de tan amenazador futuro, la solidaridad entre grupos seguía casi extinta.

Más la preocupación puede derivar en algo bueno cuando es atendida. Es por eso que mi madre y yo emprendimos el viaje desde nuestra entrada a la del tercer grupo. Por primera vez crucé aquella zona común que a pesar de ser corta, me pareció ser una bóveda de memorias desde el primer día en que la guerra comenzó hasta hoy. Aún en la penumbra del lugar pude sentir la abismal oscuridad que provenía del segundo grupo. Sus habitantes caminaban lento, sin prisa de alcanzar a alguien. Sin embargo en sus rostros se podía ver el goce de un botín aún antes de haberlo capturado. Creo que fue ante esa visión que comencé a sospechar lo que sucedería más tarde.

Al llegar a la tercera zona, lo primero que hice fue presentarme ante la persona que hizo posible nuestro arribo al lugar. Era un distinguido general cuya autoridad solo era comparable a la del general de la primera zona. Me parece que su apellido era Deshkneiken. A cambio de transportar con nosotros un lote de objetos de su interés desde nuestra zona hasta la suya, el general había accedido a aceptarnos sin problema en sus dominios. Al saludarlo recuerdo aquella sensación que reafirmó mis sospechas.

Era bien sabido que los tres generales que dirigían a todos cuantos habitábamos el bunker compartían una habilidad extraña. Al hablar podían paralizar a sus subordinados, de manera que era imposible ignorarlos. Hay quien decía que de estar próximo al general que hablaba, no solo se paralizaba, sino que los ojos se dirigían irremediablemente a la única voz presente. Pocos eran los que habían presenciado aquel evento, pues los propios generales no solían hacerlo, pero aquel día sucedió. En medio de los festejos que invadían toda la zona, la voz del general nos dio la bienvenida, haciendo que la instante todos quedáramos petrificados tanto por el efecto de su voz, como por la impresión de que estuviera sucediendo.

Pasados unos instantes todo volvió a la normalidad, y aunque algo sobresaltados, la fiesta siguió. Era momento de hacer la segunda visita obligada para mi madre y yo.

Luego de subir una larga escalera en espiral, llegamos al estudio de un afamado médico al que se le reconocía no solo por sus habilidades de galeno, sino también por sus investigaciones en la extraña enfermedad del segundo grupo. Veníamos a verlo pues yo temía por la salud de mi madre, que había presentado algunos malestares desde nuestra partida. Así pues, tras hacer todas las fórmulas de presentación y cortesía, le pedí de muchas maneras que diagnosticara a mi madre, sin obtener por ello algún resultado. Tras insistir un par de veces más, el médico se me acercó y llevándome a una distancia donde ella no pudiera oírnos, me dijo: “No hay nada que yo pueda hacer por ella, nada más verla reconocí la enfermedad incurable que ni yo he podido remediar. Será mejor que regreses al vestíbulo y trates de hacerle feliz sus últimos momentos.” Fue con ese tercer comentario que mis temores encontraron fundamento. Le agradecí a Lord Byron (aquél era el nombre del respetable médico) y me dirigí con mi desconcertada madre a la misma escalera por la que abandonamos el vestíbulo.

Francamente me encontrada devastado. No sabía que hacer. En mi propio ensimismamiento me quedé al pie de las escaleras con mi madre contemplando la algarabía de la celebración. De pronto tres personas se  nos acercaron.

Parecían ser simples habitantes de la zona. Incluso podría decirse que parecían gente amigable con la que pasar el rato. Sin embargo nada más saludarlos le dije instintivamente a mi madre: “¿Por qué no te adelantas al vestíbulo? Te veo junto a donde dejamos el lote del general nada más terminar de platicar con estas personas.” Ella aceptó y yo me quedé con los tres sujetos.

Su charla efectivamente era amena, sin embargo había algo en su carácter que no daba buena espina. Mientras hablábamos un de ellos se me acerco repentinamente, como su fuera a caerse. Al momento su rostro se transformó y un aura negra lo rodeó a el y a sus acompañantes. Luego, todo a mi alrededor se volvió oscuridad…

Bajé las escaleras tan pronto como me fue posible, como si fuera a encontrar en el vestíbulo la calma que había dejado al pie de la escalera. ¿Por qué el médico no habrá querido revisarme? ¿Por qué el general había usado su voz paralizante a nuestra llegada? Y luego yo aquí sola buscando alguien que me tranquilice… Entré y salí por las pequeña salas que daban al vestíbulo buscando en cada una al general, la única persona conocida para mí además de mi hijo. Estaba saliendo de una especialmente oscura, cuando vi a mi izquierda un rostro tristemente familiar: era el general que con su voz volvía a paralizarnos a todos. Esta vez su mensaje fue mucho peor que el primero: “Bueno mis queridos compatriotas, ya valimos verga. Nada más salir de la parálisis disfruten sus últimos momentos de vida…” Mientras salía del efecto de su voz, las palabras aun retumbaban en mi mente. Los rostros de pánico de los demás a mi alrededor sólo aumentaron mis preocupaciones. - ¿Donde está mi hijo?- pensé. Pero antes de poder moverme siquiera (todo fue tan al instante) una profunda oscuridad inundó todo cuanto se veía, y ni el ruido pudo escapar de ahí.

bauernhof_limberg_-_darkness_inside_by_dralzheimer

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