29 de febrero de 2008

Le Chateâu de Luthien

Había una vez en tierras muy lejanas, donde solo crece el musgo que los alces comen, un reino habitado por elfos. Era raro que en lugares tan inhóspitos como aquél se encontrara una comunidad de elfos, pero ellos habían logrado vivir allí y formar más que un pueblo, un reino entero con grandes murallas y multitud de castillos de diferentes materiales.

A pesar de tener tantos castillos, todo ellos suntuosos y distintos, el rey de los elfos, Elros, no gustaba de estar en cada uno de ellos. Para los elfos el ocupar tantos palacios era un signo de inmadurez y exageración. Por tradición cada elfo real debía elegir el castillo que más reflejara su personalidad verdadera, para que en él pudiera gobernar la persona más recta que de él o ella pudiera surgir.

Pasaron los años y el rey Elros gobernó sabiamente dentro de su castillo de hierro forjado. Acostumbrado como pocos al rigor del frío y la dureza del metal, dirigió a su pueblo a través de difíciles inviernos y logró llevarlos a la cima de la cultura en sus universidades, la prosperidad en sus negocios y el esplendor en la belleza de la raza.

El pueblo amaba a su rey y cuando este cayó enfermo, el pueblo enteró suplico a la reina de las estrellas Eléntari que su rey recuperara la salud. Sin embargo estaba escrito en el cielo, según la voz del druida real, que el tiempo del rey en la tierra había llegado a su fin.

Fue entonces que el rey encomendó a su hija, ya en su lecho de muerte, que encontrara el camino que le permitiera gobernar a su pueblo tan bien o mejor como él lo había hecho. “Tu eres capaz de ello y mucho más Lúthien, solo es cuestión de que busques quien eres en verdad.”

En ese momento, y ante los sollozantes ojos de su bella hija, Elros, el rey de hierro, expiró.

A partir de aquél día la princesa Lúthien se embarcó en una búsqueda por todo el reino que ahora ella gobernaba para encontrar quien era en verdad, y que castillo era el que reflejaría ante el mundo su verdadero rostro.

Así pues, la princesa se halló perdida durante mucho tiempo buscando de un punto a otro su verdadero yo. La casa real le había dado un mapa con la ubicación de todos los castillos, pensando que esto ayudaría a la joven princesa en su búsqueda, sin embargo, esto solo logró confundirla más. Si antes solo conocía un par de castillos más, ahora sabía de la existencia de cientos, herencia de los antiguos monarcas que habían sentido la necesidad de expresar su personalidad en un nuevo lugar. ¿Y que tal si ella también necesitaba hacer un nuevo castillo? ¿Y si no encontraba nunca el castillo que la representara?

Afortunadamente para ella, el druida real la acompañaba en su viaje y fue él quien al partir de la ciudad de Hierro le dijo: “No dudes sobre quien eres, lo único que tienes que hacer es preguntarle a tu corazón, en el silencio de la noche a donde quiere ir. Entonces él te guiará al castillo que debes habitar”.

Aún con sus consejos, Lúthien tardó varios meses en encontrar su verdadero hogar. Busco primero en un castillo de espejos, donde todo reflejaba su imagen, su persona. ¿Qué otro lugar sino uno donde solo se viera ella? Pero después de pasar unos días ahí, se dio cuenta que la imagen que le devolvía el castillo era una imagen engañosa, llena de mentira y fantasía que le mostraba alguien que en verdad no era. Las tranquilas aguas de los lagos le hacían ver que no era como el castillo le decía, y que el castillo lo único que hacía era engañarla.

Entonces partió a un castillo hecho de roca volcánica. Oscura, áspera y muy fértil, el castillo solo hacía que la pobre Lúthien pensara en cosas negativas. Durante el día no podía ver el rayo del sol que le diera cálidas caricias en su rostro, y de noche, el espesor de la roca le impedía ver las estrellas para escuchar su sabio consejo. Es cierto que ya no veía imágenes falsas de ella, pero tampoco veía ya una imagen de sí misma. En todo el castillo no encontró un espejo donde verse reflejada y al cabo de unas semanas ya empezaba a olvidar su imagen. Las negras piedras solo la hacían pensar en lo malo, en el fracaso, la rodeaban para ahogarla, para crear en ella un mundo donde todo fuera perdición.

Decidió mudarse de nuevo y se dirigió al norte, cerca de donde se decía que las valkirias tenían su morada. Ahí encontró un castillo hecho con árboles del bosque de las hadas. El castillo resplandecía con las coloridas luces de las propias hadas que aún habitaban en la construcción y durante las noches, la aurora boreal dibujaba en el cielo haces de luz que parecían emanar del castillo. Al instante ella pensó que aquél era su lugar y se instaló en él.

En un principio las hadas se mostraron necias para admitirla a vivir ahí, pero cuando Lúthien les dijo que ella era la princesa del reino, la recibieron gustosas. Sin embargo, los días pasaron y la joven princesa descubrió la verdadera personalidad de los diminutos seres. Mientras ella caminaba por los pasillos, oía pequeñas voces que murmuraban a su espalda, risas burlonas que apuntaban a sus pies, a su vestido, a su peinado. Entendió que las hadas solo veían su imagen y que al paso de los años ella terminaría preocupándose solo por su imagen también. A pesar de que esto le era importante, no podía dedicar toda su vida a su arreglo personal. Era una princesa, y como tal debía dirigir a su reino. Por esto decidió buscar de nuevo un lugar desde donde reinar.

Tras meses de búsqueda, yendo de norte a sur en busca del lugar ideal, encontró cerca de la ciudad de Hierro, al centro del reino, un castillo de cristal rodeado por un lago. Al entrar no encontró seres que la criticaran, ni imágenes falsas de ella misma. Durante el día el sol le daba calor e iluminación a su palacio por todas partes. De noche el calor diurno permanecía, pero lo diáfano de las paredes y los techos le dejaba ver las estrellas de la noche que la inspiraban a seguir el destino que sus antepasados le habían confiado.

Se dio cuenta que lo transparente del lugar le obligaba a ser recta y justa, pues como las paredes, sus acciones dejarían ver a todo su pueblo sus verdaderas intenciones. Debía ser sabia, pues el castillo podía ofrecerle miles de opciones a su vista, pero la realidad era que si no distinguía los caminos verdaderos de los imposibles terminaría destruyéndolo. La claridad de las paredes la hacían sentir que la belleza que de ella radiara no debía de tener vanidad ni mentira, pues solo lo simple y sencillo agrada a los demás.

Así fue que tras muchos esfuerzos y no sin dar algunos tropezones, la princesa Lúthien encontró su verdadero yo, y guió a su pueblo por tiempos prósperos, agradeciendo a su padre por confiarle este deber y esperando que algún día su descendiente lo haría igual de bien.

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Hoy entre los niños que habitan el pequeño pueblo de Bratislavia se oye una canción que recuerda los días de la princesa Lúthien y su reino de elfos:

“Viví mi infancia en hierro, y como hierro aprendí a enfrentar la adversidad. Salí a buscar mi morada y entre espejos no encontré más que una fantasía imposible. Marché hacia el vacío de las rocas, pero estas no hicieron más que aislarme del mundo que debía gobernar. Por ello fui con las hadas, pero entre sus luces y colores no encontré mi rostro, sino la vanidad. Es por eso que te digo, busca el lugar que te abrigue con calor pero te deje ver como el cristal. En él encontrarás refugio y sabiduría, belleza y sencillez, todo lo que necesites para ser princesa, príncipe, comerciante o rey.”

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