22 de diciembre de 2007

Udlopía

Existió hace un tiempo un lugar donde la vida realmente era bella. Definitivamente el autor de Utopía (que en este momento no recuerdo) se inspiró en él. Da la casualidad que, para bien o para mal, yo pude vivir una semana en él.

Ahí todo era verde, los jardines vi

vían en perfecta armonía con las estructuras para vivir. Patos, perros, pavorreales y humanos coexistían con tranquilidad en los días en que siempre salía el sol. En ese lugar no importaba de donde fueras, que lengua hablaras, como te veías o que te gustaba. Ese lugar era todos los lugares, se hablaban todas las lenguas, no existían las razas y todos respetaban a todos.

No existía presión, angustia, duda o mal alguno. Siempre se podía experimentar algo nuevo, preguntar, no entender, quedarse o salirse, dormir o cantar... El espíritu humano era libre de expresarse de la manera que quisiera.

Sólo existía un defecto, una debilidad que decía compartir con todo lo creado para ser real. Aquel lugar tenía un tiempo de vida que poco a poco se fue acortando. Imperceptible en su composición, pero notorio en lo profundo de su ser, la vitalidad se le iba agotando, entregando hasta el final todo de sí.

Tristemente llegó el día en que su existencia terminó y todos cuantos vivíamos en él tuvimos que regresar a nuestros hogares originales.

Ahora quedan sólo vestigios de la grandeza de aquel lugar, de la armonía entre sus habitantes y de la época en que aquello pudo pasar.

Quienes pertenecimos a él añoramos regresar. Desafortunadamente sólo queda el recuerdo en nuestras memorias y una estatua que promete el resurgimiento de aquél lugar.

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